que faceta del héroe nos nuestra este fragmento? cantar de mio Cid
Respuestas a la pregunta
Respuesta:La figura histórica que fue Rodrigo Díaz de Vivar tiene una soberbia contrapartida en ese otro espacio imaginario en donde moran eternamente los héroes del pasado, un espacio en el que la persona de carne y hueso se convierte en personaje de leyendas y literaturas. En ese fantástico territorio conviven no sólo aquellos que tuvieron una existencia real en el mundo, sino también todos los que la fecunda imaginación, partiendo de unos modelos de conducta, fue capaz de inspirar al entendimiento. Ahí están en apretada convivencia todos ellos: Gilgamesh, rey de Uruk, “dos tercios dios y un tercio hombre”; Ulises, el héroe de la guerra de Troya; Eneas, el mítico fundador de Roma; Arturo, primus inter pares; Beowulf, rey del pueblo gauta y vencedor del monstruo Grendel; Roland, el valeroso sobrino de Carlomagmo muerto en Roncesvalles y, por supuesto, entre otras innumerables figuras legendarias, don Rodrigo Díaz, el de Vivar.
Su carisma histórico, los hechos que protagonizó durante su vida, su destierro de Castilla y la gloria de haber conquistado Valencia fueron de por sí razones suficientes para convertir a este bravo guerrero medieval en héroe admirado y símbolo de las esencias nacionales. Su identidad como tal queda bien definida, como puede comprobarse, por ejemplo, en el verso 721 del texto literario –Cantar de mio Cid– que mejor ha transmitido esta vertiente de su personalidad:
¡Yo so Ruy Díaz, el Çid Campeador, de Bivar!
Estos dos calificativos –el de Cid y el de Campeador-, por los que se le conoce universalmente, recogen a la perfección toda esa carga de heroísmo que lo singulariza. Basta con observar hoy mismo la moderna estatua ecuestre que se le erigió en Burgos, obra de Juan Cristóbal González de Quesada, para apreciar cómo la sensibilidad del artista fue incapaz de renunciar también en este caso a los aspectos míticos del personaje. Esa leyenda, forjada en vida, es la que lo engrandece y la que lo ha hecho perdurar con más brillo en la memoria de los siglos. ¿Sería lo mismo –cabe preguntarse- su recuerdo histórico sin esa aura que en torno a él ha creado la fama y la literatura? La orgullosa proclama verbal del verso citado más arriba -y que el poeta pone en labios de Rodrigo Díaz al entrar éste en batalla- es en sí misma una armónica simbiosis entre los aspectos históricos y legendarios de este hombre-héroe que murió y nació a la vez –permítaseme la paradoja- en el año 1099. La presencia en ese verso de su nombre real, junto con el que se labró él mismo a golpes de espada, pone en evidencia la dificultad de disociar ambas vertientes.
El sobrenombre de Cid, derivado del árabe sayyid, no es un calificativo exclusivo que se le aplicó a Rodrigo Díaz, sino que, muy al contrario, aquél se le asignó también entre los siglos XI y XIII a diferentes tipos de personas, no necesariamente heroicas. En todo caso, su significado de “señor” -convertido en nombre propio, al que se le añadió el posesivo “mio” delante- destaca la singularidad del hombre que mereció este popular epíteto. Esta designación misma es la que aparece utilizada de modo constante en el famoso Cantar de mio Cid, poema épico al que ya me he referido más arriba. En sus primeros versos, antes incluso que su verdadero nombre, ya se encuentra este modo de referirse al héroe del relato: “Sospiró mio Çid, ca mucho avíe grandes cuidados”. Lo mismo cabe afirmar con respecto al otro calificativo, el de Campeador, que alterna frecuentemente su uso con el primero. El valor enfático que éste toma en algunos versos del Cantar no puede ser más evidente, sobre todo cuando va asociado con otras ponderaciones del héroe que le confieren una dimensión providencial. Tómese como muestra el verso 71 de este mismo poema:
¡Ya Canpeador en buen ora fuestes naçido!
La denominación de Campeador, que se encuentra ya en un texto latino dedicado a Rodrigo Díaz de Vivar –el Carmen Campidoctoris-, es de procedencia latina y su significado guarda relación con la faceta más notable de su actividad, que no puede ser otra que la guerrera. Así, este término equivale a “batallador o vencedor de batallas”, en las que de modo harto conocido destacó el protagonista de estas páginas. Basta con leer el siguiente fragmento de la Primera Crónica General, en parte debida al tiempo del rey Alfonso X el Sabio, para cerciorarse de cómo, según esta crónica, sus “buenos fechos” de armas resonaron hasta hacerlo digno acreedor de una fama que se extendió con prontitud por todas las tierras:
Et tanto eran grandes las sus conquistas et fechas ayna que llegaron las sus nuevas a Valencia, et sono por la villa et por todos los pueblos de sus terminos los buenos fechos que el Campeador fazie, et fueron ende espantados et temieronse ende.