Tratamiento de datos y azar, pregunta formulada por chiaracapalbo2006, hace 1 año

que ez el clima de realidad de la literatura??? RAPIDO PLISSSS

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Contestado por ginabang99
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Una interpretación demasiado restrictiva de la regla de la unidad de tiempo escrita por Aristóteles en el célebre capítulo VII de su Poética más la supuesta conveniencia de comenzar toda narración in medias res para luego volver hacia atrás porque así lo hizo Homero en la Odisea han llevado a autores de todos los tiempos a no “jugársela” demasiado con ellos –con los tiempos–.

Durante siglos creadores y autores de artes poéticas juraron ante el reclinatorio aristotélico no transgredir esos presupuestos temporales, una normativa que tocaba de lleno a la estructura de la obra literaria, que había de ser ante todo, según las anquilosadas didácticas de la época, preferiblemente episódica, como era medido también el tiempo.

Efectivamente, la cuestión temporal en el mundo de la literatura resulta extraordinariamente compleja y trasciende los cauces de otras artes, como la pintura o la escultura, donde la importancia del tiempo como constructor de estructuras –no como tema– está ligado a los conceptos estéticos y filosóficos que abarcan desde lo inmutable a lo efímero, y atañe también al punto de vista del receptor. Al igual que la música, la literatura es un arte temporal que se basa en la evolución de un discurso, un texto que conlleva sucesión y movimiento y que debe comprenderse en su totalidad. Los personajes de la literatura también evolucionan, en mayor o menor medida y salvo excepciones. Se someten a la acción del tiempo. Paul Ricoeur en Tiempo y narración. Configuración del tiempo en el relato de ficción afirma que, en realidad, las metamorfosis de la trama no son más que usos nuevos de la configuración temporal, materializados en géneros, tipos y obras singulares inéditas.

En ese sentido, don Quijote es el más paradigmático antihéroe de la nueva novela: es la carrera contra el tiempo la que, finalmente, derrota las esperanzas del caballero. Sus ilusiones yacen rotas junto a su lecho de muerte al final de la segunda parte. En pleno auge de la novela con la emergencia de nuevos lectores, Henry Fielding, que sigue de cerca los pasos de Cervantes, reflexiona en la magnífica novela picaresca La historia de Tom Jones, expósito (1749) sobre la necesidad de que el escritor soslaye lapsos de tiempo en los que no acontezca nada digno de señalarse, simplemente omitiéndolos de la narración. La novela moderna va poco a poco librándose del corsé de la trama y de los rigores de la normativa temporal, interpretada ad litteram desde los tiempos de Aristóteles.

Lawrence Sterne en la cervantina La vida y las opiniones del caballero Tristam Shandy (1759-1767), editada en nueve volúmenes, rompe definitivamente con la concepción lineal del tiempo. La voz del narrador no sigue un orden temporal natural de los acontecimientos narrados, sino que hace evolucionar el discurso por asociación de ideas. Para ello se sirve de pausas y retrocesos que rompen con la línea argumental clásica. La novela de Sterne acusa la beneficiosa influencia del estilo de Alexander Pope, John Locke y Jonathan Swift. Una de las conquistas más destacadas para el desarrollo de la concepción temporal de la literatura fue la novela educativa: Julia, o la nueva Eloísa (1761), de Jean-Jacques Rousseau, heredera del Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe, los protagonistas se hacen en el tiempo a la conquista de su madurez.

En el siglo XX, el tiempo se convierte en el tema e incluso el protagonista con la obra de Marcel Proust –En busca del tiempo perdido (1913-1927), indagación extraordinaria en el tiempo interior–, Thomas Mann –La montaña mágica (1924)–, Virginia Woolf –Orlando (1928) y Las olas (1931)– y Michel Butor –La modificación (1957)–, primer autor en hablar precisamente de los tres tiempos de la literatura: el de la aventura, el de la escritura y el de la lectura.

A. A. Mendilow, en su clásico trabajo Time at the novel (1952) refiere cómo Thomas Mann en Doktor Faustus (1947) distingue entre el tiempo en el que se mueve el narrador de aquél en que se desarrolla la acción: “Se produce ahí (…) un triple registro del tiempo: el propio del lector, el del cronista y el tiempo histórico”. Porque, empezando por este último, el tiempo de la novela puede ser pasado, presente o futuro y su duración puede oscilar entre eones –en el caso de la ciencia ficción– o los instantes que dura el cambio de color de un semáforo, el verde al rojo, como en L’agrandissement (1963), de Claude Mauriac. Este escritor tiene como preocupación principal la inmovilización del tiempo y la amplificación fotográfica de la realidad. La duración cronológica de la acción de la novela transcurre en apenas dos minutos, pero el protagonista viaja a través de su pensamiento a momentos distintos de su existencia.

Por David Felipe Arranz - Filólogo y periodista

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