que estaba ocurriendo en España y Europa durante los siglo xv
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. En un momento en el que los gremios entraban en crisis en Europa, la adopción de una política de este tipo, hostil a innovaciones tecnológicas, disminuciones de costos y aumentos de la producción, no podía ser más inadecuada. Pero a pesar de que la política económica de los Reyes Católicos no condujo a un desarrollo importante de la producción española, excepto indirectamente, en cuanto garantizaron un buen grado de paz interior y en la medida en que apoyaron las expediciones de descubrimiento y conquista de América, la política tributaria fue mucho más exitosa: la corona aumentó sus ingresos en forma extraordinaria y logró en la práctica una plena independencia de las contribuciones de las Cortes.
A los anteriores aspectos de afirmación del poder real se añadió la política relativa a la Iglesia. Una de las más importantes medidas de los reyes fue incorporar a la corona las órdenes religiosas militares, colocando a Fernando como patrón. Con esta medida se incorporaban al dominio real tal vez un millón de vasallos y se ponían en manos de Fernando unos 1.500 cargos para premiar a sus amigos. En esta incorporación se advierte el frío realismo con el que se manejaron estos asuntos, evidente también en la pretensión de Isabel de que el Papa se limitara a confirmar sus nombramientos de obispos. Nada se logró en este sentido hasta 1486, cuando Inocencio VIII, que requería la ayuda militar y política de Fernando para apoyarse en Italia, dio a los reyes el derecho de "patronato" -o sea de seleccionar los obispos- en las iglesias que se establecieron en Granada. El proceso siguió, y otra vez interesado en apoyo en los conflictos italianos Alejandro VI concedió en 1493 el derecho exclusive a evangelizar en América -fuera de legitimar la autoridad temporal de los reyes españoles sobre los territorios descubiertos- y en 1501 cedió los diezmos que se cobraran en las nuevas tierras. Julio II, el belicoso sucesor de Alejandro, entregó en 1508 el patronato sobre las iglesias de Indias y Adriano VI dio a Carlos V en 1523 el derecho de presentación de todos los obispos de España, con lo que se garantizaba la subordinación política de la Iglesia al estado español. Esta subordinación no representó una gran prueba para la Iglesia. Más bien la fortaleció, en la medida en que Isabel se esforzó por reformarla, escogiendo con cuidado los obispos, colocando en las sedes eclesiásticas a hombres severos e ilustrados, impulsando la reforma de los colegios y los monasterios, en muchos de los cuales se vivía sin disciplina ni moralidad. Fue tal la decisión con que se hicieron las reformas que se dice que un buen número de monjes en Andalucía se convirtió al islamismo por no soportar los rigores de la nueva disciplina.
Con un estado más moderno y efectivo del que existía pocas décadas antes, capaz de recaudar una elevada tributación, de imponer su voluntad sobre nobles, ciudades y prelados, España se encontraba en una nueva situación a finales del siglo XV. La monarquía había acumulado suficiente poder para apoyar con decisión las empresas imperiales que pronto se plantearían a España, en parte como continuación del impulso de la misma Reconquista. La nobleza, beneficiada con su poderío económico en aumento y por la eliminación de los sectores burgueses, estaba lista para empresas imperiales en Europa y para buscar beneficios eventuales en la conquista de América. Por otro lado, la orientación de la economía hacia la ganadería favorecía la creación de continuos excedentes de población sin empleo, la aparición de gente dispuesta a toda clase de aventuras militares y coloniales. La estructura económica española, aunque no fuera muy sana ni pudiera transformarse fácilmente para romper las limitaciones que en especial le imponía la situación agraria, podía sin embargo soportar una alta dosis de tributación. La experiencia de la reconquista y la de los dominios aragoneses en Italia dieron a España, tanto al prestar gran importancia a las virtudes y habilidades militares y al orientar buena parte de la población hacia ideales guerreros como al conformar antecedentes para la administración de colonias y poblaciones conquistadas, una experiencia de la que se nutriría en el proceso de la conquista americana. Por último, la conciencia de misión y de cruzada y la religiosidad exaltada y febril derivada de la lucha contra los árabes permitían a los españoles colorear las más audaces aventuras imperiales con los honestos matices del servicio a Dios y a la cristiandad. Todos los factores mencionados, de un modo u otro, se entrelazaron hacia el año 1500 para dar a España los medios y la energía necesarios para la empresa americana.
A los anteriores aspectos de afirmación del poder real se añadió la política relativa a la Iglesia. Una de las más importantes medidas de los reyes fue incorporar a la corona las órdenes religiosas militares, colocando a Fernando como patrón. Con esta medida se incorporaban al dominio real tal vez un millón de vasallos y se ponían en manos de Fernando unos 1.500 cargos para premiar a sus amigos. En esta incorporación se advierte el frío realismo con el que se manejaron estos asuntos, evidente también en la pretensión de Isabel de que el Papa se limitara a confirmar sus nombramientos de obispos. Nada se logró en este sentido hasta 1486, cuando Inocencio VIII, que requería la ayuda militar y política de Fernando para apoyarse en Italia, dio a los reyes el derecho de "patronato" -o sea de seleccionar los obispos- en las iglesias que se establecieron en Granada. El proceso siguió, y otra vez interesado en apoyo en los conflictos italianos Alejandro VI concedió en 1493 el derecho exclusive a evangelizar en América -fuera de legitimar la autoridad temporal de los reyes españoles sobre los territorios descubiertos- y en 1501 cedió los diezmos que se cobraran en las nuevas tierras. Julio II, el belicoso sucesor de Alejandro, entregó en 1508 el patronato sobre las iglesias de Indias y Adriano VI dio a Carlos V en 1523 el derecho de presentación de todos los obispos de España, con lo que se garantizaba la subordinación política de la Iglesia al estado español. Esta subordinación no representó una gran prueba para la Iglesia. Más bien la fortaleció, en la medida en que Isabel se esforzó por reformarla, escogiendo con cuidado los obispos, colocando en las sedes eclesiásticas a hombres severos e ilustrados, impulsando la reforma de los colegios y los monasterios, en muchos de los cuales se vivía sin disciplina ni moralidad. Fue tal la decisión con que se hicieron las reformas que se dice que un buen número de monjes en Andalucía se convirtió al islamismo por no soportar los rigores de la nueva disciplina.
Con un estado más moderno y efectivo del que existía pocas décadas antes, capaz de recaudar una elevada tributación, de imponer su voluntad sobre nobles, ciudades y prelados, España se encontraba en una nueva situación a finales del siglo XV. La monarquía había acumulado suficiente poder para apoyar con decisión las empresas imperiales que pronto se plantearían a España, en parte como continuación del impulso de la misma Reconquista. La nobleza, beneficiada con su poderío económico en aumento y por la eliminación de los sectores burgueses, estaba lista para empresas imperiales en Europa y para buscar beneficios eventuales en la conquista de América. Por otro lado, la orientación de la economía hacia la ganadería favorecía la creación de continuos excedentes de población sin empleo, la aparición de gente dispuesta a toda clase de aventuras militares y coloniales. La estructura económica española, aunque no fuera muy sana ni pudiera transformarse fácilmente para romper las limitaciones que en especial le imponía la situación agraria, podía sin embargo soportar una alta dosis de tributación. La experiencia de la reconquista y la de los dominios aragoneses en Italia dieron a España, tanto al prestar gran importancia a las virtudes y habilidades militares y al orientar buena parte de la población hacia ideales guerreros como al conformar antecedentes para la administración de colonias y poblaciones conquistadas, una experiencia de la que se nutriría en el proceso de la conquista americana. Por último, la conciencia de misión y de cruzada y la religiosidad exaltada y febril derivada de la lucha contra los árabes permitían a los españoles colorear las más audaces aventuras imperiales con los honestos matices del servicio a Dios y a la cristiandad. Todos los factores mencionados, de un modo u otro, se entrelazaron hacia el año 1500 para dar a España los medios y la energía necesarios para la empresa americana.
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