Arte, pregunta formulada por mositaguerrero67, hace 15 días

que es una lógica de algo del mar o del agua o del aire no entiendo ex'liiia mmre por fa ω,,∵ω×÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷∉∈∈⇔↑Фπ∑⇄π㏑║∝β∞ωβ∞β÷β


mositaguerrero67: que perrona soy

Respuestas a la pregunta

Contestado por xallyqpv
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Explicación:

Deseo reflexionar casos de psicología social en que podamos constatar cómo se expanden ideas y desinformaciones –las fake news, en redes sociales, se diseminan de modo exponencial—: los rumores que se experimentan como estímulos se transforman en ‘acontecimientos’, se reacciona ante ellos y en pánico social, la comprensión crítica se ve comprometida. El rumor, voz colectiva que se expande como el humo y que a veces determina situaciones: “grito que en toda batalla resulta más mortífero que cualquier cañón: es el ruido del falso rumor” (Zweig). Hay en las catástrofes de cualquier época, por una parte, una creencia muy humana de que se están viviendo los últimos y los peores de los tiempos, y por la otra, conviviendo con esto, una sorprendente indolencia: unos no hacen nada, otros dan gritos de alarma. ¿De qué sirven una y otra? Como esa fábula recogida por Blumenberg del filósofo cínico Bión de Borístenes acerca de un barco que estaba a punto de naufragar y la tripulación, aterrada, se pone a elevar plegarias a los dioses, el filósofo se acerca a ellos y les dice que más vale no ponerse a rezar porque con eso sólo conseguirán llamar la atención de los dioses. Más conviene que los dioses no sepan que estamos aquí. Conviene, en momentos de alarma, un poco de ese cinismo. En la lógica expansiva de la rumorología, los oídos siempre están dispuestos a escuchar. Lo más inverosímil y las teorías más estrambóticas conviven con lo veraz y lo veraz se ve diluido en la cacofonía de versiones. En momentos como estos hay oídos capaces de creerlo todo o, por el contrario, de descreerlo todo en la dinámica de ‘hacerse eco’: en la antigüedad, las noticias de la caída de una ciudad se hacían prendiendo un pebetero en las cimas de una hilera de montañas, un atalaya debía estar atento de cuándo se prendía el pebetero más próximo para prender el suyo. Si el atalaya creía vislumbrar, por un error, que el pebetero de la montaña próxima se había prendido sin estarlo, prendía el suyo y el efecto dominó de los pebeteros encendidos era irreversible. Imperios caen por efecto y fuerza del rumor. Al grito de “¡La ciudad está tomada!” se hace pedazos cualquier resistencia. No importa que la ciudad pudiera resistir aún, el sólo grito pánico la hace caer de verdad.

Fama: una historia del rumor de Hans-Joachim Neubeuer es un libro que el autor se decidió escribir la tarde misma del martes 11 de septiembre de 2001 con la caída de las Torres Gemelas de Nueva York porque, dijo, qué de cosas y conjeturas se escuchaban, todos se sumaban a la vorágine de habladurías (en años en que las redes sociales no tenían el poder explosivo que tienen ahora) con la consecuencia de que Neubauer estudia en su libro cómo en los acontecimientos colectivos la fuerza propagatoria de la ‘percepción de la verdad’ se modela a partir de las habladurías que reflejan propensiones de psicología social. El fenómeno de la propagación del miedo a través de la radio lo conocemos, sobre todo, a partir de esa anécdota fundacional de Orson Welles, que la tarde del 8 de octubre de 1938 puso a través de las ondas hertzianas una adaptación de La guerra de los mundos y los radioescuchas, volcados a la calle en pánico social, pensaban que estaban siendo invadidos por marcianos. En la leyenda –cuenta Neubauer— hay un mártir del rumor: un barbero que se hizo eco de algo que sólo había escuchado a medias y un grupo de alarmados, al interrogarlo, cayeron en cuenta de que ni siquiera sabía el nombre del informante de aquello que refería y el barbero fue lapidado en plaza pública. Hasta aquí Neubeuer.

Cuando la peste de Atenas, en el siglo IV antes de nuestra Era, circulaban rumores acerca de que la peste había aparecido primero en Etiopía, luego en Libia y de ahí había llegado a Grecia. También “circulaba el rumor entre los habitantes de que los peloponesios habían echado veneno a los pozos”. Apuntó Tucídides, que es quien refirió esta crónica, que cada cual, en ese momento, podía dar su opinión “tanto si era médico o profano” del origen de la peste. Cada quién acomoda el azote según sus propias opiniones e idiosincrasias: azote divino, sostenían unos; otros se mantenían incrédulos; ningún temor detenía a otros más, que, juzgando que la enfermedad sería inevitable, determinaron aprovechar los placeres que aún se les ofrecían. El 29 de agosto del año 79, en las inmediaciones de Pompeya y Herculano, grandes


xallyqpv: espero pronto te ayude
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