que enfrentamientos religiosos ocurrieron durante el siglo xx
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Respuesta:
Fue, sin duda, uno de los acontecimientos sociorreligiosos más importantes del siglo XX por sus repercusiones no sólo en el terreno religioso, sino también en el cultural, político y social, en sintonía con las transformaciones producidas durante aquella década de alta temperatura utópica en la esfera internacional. El cuarto de hora de locura de Juan XXIII, como algunos calificaron su decisión de convocar un concilio, fue en realidad un huracán que derribó los muros de incomunicación de la Iglesia católica con el mundo moderno. El Vaticano II marca el final de la cristiandad triunfante considerada hasta entonces la única forma válida de encarnar el cristianismo en la historia y consustancial a la Iglesia católica. Con él tocaba a su fin el absolutismo eclesiástico y las multiseculares alianzas entre el trono y el altar, en nuestro caso, entre la Iglesia católica española y la dictadura del general Franco, legitimada por Pío XII con la firma del Concordato de 1953, pero no por sus sucesores Juan XXIII y Pablo VI, críticos severos del franquismo.
En expresión del teólogo José María González Ruiz, el Vaticano II se convirtió en la «tumba de la cristiandad». Estamos ante el final del agustinismo político. En el mismo discurso mostró su desacuerdo con los profetas de calamidades, que, «inflamados de celo religioso, carecen de rectitud de juicio y de ponderación... sólo ven ruinas y desastres y anuncian siempre infaustos sucesos». Si Pío IX afirmaba en 1864 que la Iglesia no podía reconciliarse con el progreso, un siglo después, los obispos del Concilio defendían la autonomía de las realidades temporales y los avances de la civilización moderna.
El Vaticano II llevó a cabo una revolución copernicana en la concepción de la Iglesia al definirla como comunidad cristiana y no como sociedad desigual, según la expresión de algunos papas, y al poner el pueblo de Dios por delante de la jerarquía, no sin un fuerte enfrentamiento entre el ala episcopal conservadora y el ala reformadora. Se ponían así las bases para un cambio estructural en la Iglesia, como dijo Karl Rahner, y para su democratización, que nunca llegó a materializarse. El Concilio llevó a cabo un cambio de paradigma en la ubicación de la Iglesia en el mundo. La huida del mundo es sustituida por el compromiso para la transformación de la sociedad.
La Iglesia deja de ser fin en sí misma, para tornarse «sacramento histórico de liberación», en certera interpretación de Ignacio Ellacuría. Se siente solidaria con los gozos, esperanzas y angustias del ser humano, sobre todo de los pobres y los que sufren. Con esta frase el anciano pontífice trazaba el camino por el que debía transitar el Vaticano II. No fue ésa la tendencia imperante, ya que los obispos prefirieron centrarse en el diálogo con la modernidad como problema más acuciante.
Pero la opción por los pobres pronto se hizo realidad en el Tercer Mundo, primero en América Latina, donde nació la teología de la liberación, después en Asia, a través del diálogo interreligioso desde la perspectiva de las víctimas, y en África, con la descolonización del lenguaje religioso y la inculturación de la fe. El Concilio defendió los métodos historico-críticos para el estudio de la Biblia, la hermenéutica en la interpretación de los textos sagrados, las ciencias humanas y sociales para un mejor conocimiento de la realidad, y el pensamiento crítico para liberar la vida religiosa de un concepto mágico del mundo y de residuos supersticiosos. Los teólogos sancionados primero por Pío XII y nombrados posteriormente asesores por Juan XXIII volvían a comparecer ante el antiguo Santo Oficio. El Concilio es un legado que no puede dilapidarse, sino que ha de activarse, reformularse y recrearse en los nuevos climas culturales.
Un legado que puede mantener viva la utopía de Otra Iglesia es Posible. Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid.
Explicación:
-El Vaticano II es uno de los concilios más revolucionarios de la historia, tras los dos anteriores: el de Trento (1545-1563), que condenó la Reforma protestante, y el Vaticano I (1870)
-las reformas del concordato;A pesar de las polémicas en torno a la educación y al matrimonio, el liberalismo había terminado por aceptar el Concordato de 1887, pero sin abandonar su aspiración a reformar al texto vigente, para adaptarlo a la realidad nacional, como proclamó en la Convención Liberal de 1935: allí aclara que no es de su esencia ser un partido de propaganda religiosa ni antirreligiosa, pero proclama la libertad de cultos y se muestra partidario de la escuela gratuita, única, laica y obligatoria. También considera que la vida civil debe ser regida por la ley civil: por ello, debe llevarse el divorcio vincular a la legislación nacional.