Qué emperador lleva a Roma a su declive y como logra esto
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La caída del Imperio romano de Occidente (también conocida como la caída del Imperio romano o la caída de Roma) fue el período de declive del Imperio romano de Occidente en que perdió la autoridad de ejercer su dominio y su vasto territorio fue dividido en numerosas entidades políticas sucesoras. Tradicionalmente, de acuerdo con el criterio del historiador del siglo XVIII Edward Gibbon, se vincula este hecho con el año 476 d.C., coincidiendo con la deposición del último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo, a manos de Odoacro, aunque fue el resultado de un largo proceso que tuvo otros muchos hitos significativos.
Hay que empezar destacando las fuerzas que le habían permitido al Imperio romano ejercer un control efectivo sobre Occidente; historiadores modernos mencionan factores que incluyen la efectividad y el tamaño del ejército, la salud y el tamaño de la población romana, la fuerza de la economía, la capacidad y competencia de los emperadores, las luchas internas por el poder, los cambios religiosos del período y la eficiencia de la administración civil. El aumento de la presión de los "bárbaros", externos a la cultura romana, contribuyó en gran medida al colapso.
Años relevantes en este contexto lo constituyen el año 117, cuando el Imperio alcanzó su mayor extensión territorial, y el ascenso de Diocleciano en el 284. Las pérdidas territoriales irreversibles, no obstante, comenzaron en el 386 con una invasión en gran escala de godos y otros pueblos. El 395, tras imponerse en dos guerras civiles destructivas, Teodosio I falleció, dejando un ejército colapsado y al imperio, con numerosos territorios donde no ejercía el control, dividido entre sus dos hijos incapaces. Para el año 476, cuando Flavio Odoacro depuso al emperador Rómulo, el emperador romano de Occidente ejercía un insignificante poder militar, político y financiero, y carecía de control efectivo sobre los dispersos territorios en Occidente que aún podrían ser descritos como "romanos". Los invasores "bárbaros" establecieron su propia autoridad en la mayor parte del área del Imperio de Occidente, aunque dichas gentes no fuesen ni invasores ni bárbaros, al ser gentes asentadas en el propio Imperio de manera pacífica en su origen (francos en las Galias, vándalos en Panonia, godos en Dacia, etc.) y recibiendo la ciudadanía romana al acordar el foedus con Roma (Edicto de Caracalla), recibiendo los líderes de estas gentes el título de cónsules o virreyes por parte de los emperadores residentes en Constantinopla, como el propio Flavio Odoacro, ciudadano romano nacido en Panonia. Aunque su legitimidad sobrevivió durante varios siglos más, y su influencia cultural persiste hasta el día de hoy, el Imperio de Occidente nunca tuvo la fuerza para levantarse de nuevo.