que ejemplos de humor aparecen en el cuento el invetor de César bruto
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Respuesta:
Carlos Warnes, alias Napoleón Verdadero, alias Pinocho Pataleta, alias José Spadavecchia, alias Uno Cualquiera, alias Don Juan el Zorro, alias César Bruto, (esta lista de heterónimos se declara incompleta), está indisolublemente ligado a la escritura del humor. Colaboró y, en algunos casos, dirigió, a partir de los años treinta y durante más de cuarenta años, las revistas Cascabel, Paturuzú, Rico Tipo, Caras y Casetas, Tía Vicenta, Satiricón, consideradas sin discusión entre las publicaciones humorísticas más importantes de la Argentina. Escribió, asimismo, con asiduidad en Crítica, Clarín, El Mundo, Aquí Está, Mundo Argentino, Vea y Lea, por sólo mencionar les medios más reconocidos. También tuvo la efímera notoriedad que otorga la televisión como guionista del programa de Tato Bores. Y, publicó seis libros en los que compilaba sus artículos periodísticos, todos ellos bajo la firma de César Bruto:
El pensamiento vivo de César Bruto, 1946 (1)
Lo que me gustaría ser a mí si no fuera lo que soy, 1947 (2)
Los grandes inbento deste mundo, 1952 (3)
El secretario epistolárico, 1955 (4)
Brutas biografías de bolsillo, 1972 (5)
Brutos consejos para gobernantes, 1973 (6)
Salvo, este último, sus libros nunca pasaron de la primera edición, su obra no recibió ninguna otra manifestación crítica más que algunos pocos reportajes periodísticos diseminados a lo largo de los años. El silencio en torno a sus textos hace todavía más evidente la atención que le dedica Julio Cortázar: en Rayuela 7, incluye un extenso epígrafe, que abarca una página, tomado de Lo que me gustaría ser a mí si no fuera lo que soy, además de poner en boca de Horacio Oliveira algunas citas de César Bruto. En La vuelta al día en ochenta mundos lo incluye en un posible linaje del humor en la literatura argentina, que opone a la dominante de seriedad.
Pero seamos serios y observemos que el humor, desterrado de nuestras letras contemporáneas (Macedonio, el primer Borges, el primerNalé, César Bruto, Marechal a ratos, son outsiders escandalosos en nuestro hipódromo literario) representa mal que les pese a los tortugones una constante del espíritu argentino en todos los registros culturales o temperamentales que van de la afilada tradición de Mansilla, Wilde, Cambaceres y Payró hasta el humor sublime del reo porteño que en la plataforma del tranvía 85 más que completo, mandado a callar por sus protestas por un guarda masificado, le contesta: «¡Y qué querés! ¿Que muera en silencio? 8
Hay varios matices que considero importante destacar en el rescate que Cortázar hace de Carlos Warnes, en primer lugar el epígrafe de Rayuela permite suponer que Lo que me gustaría ser a mí sino fuera lo que soy viajó a París junto con la biblioteca del escritor, lo que significa que doce años antes de la cita ya lo había desplazado del circuito extraliterario para incluirlo en otro corpus; luego, que ese desplazamiento se refuerza cuando lo incorpora en La vuelta al día en ochenta mundos, en 1967, a un linaje que comparte con otros nombres legitimados por el canon de la gran literatura; y, finalmente, que es posible señalar líneas de confluencias entre algunos de los componentes del humor de Carlos Warnes y el grupo patafísico 9 nucleado en torno a Esteban Fassio, íntimo amigo de Cortázar, que en la década del 50 alcanza una relativa trascendencia entre algunos círculos de iniciados y que tiene repercusiones en revistas tan diversas como Letra y Línea, dirigida por el poeta Aldo Pellegrini, que apareció entre 1953 y 1954, y Tía Vicenta, dirigida por el humorista Juan Carlos Colombres, Landrú.
Planteada de este modo, la remisión al rescate que Cortázar hace de Carlos Warnes no excedería los términos de un interés personal, aun aceptando la función del epígrafe de César Bruto -parodia de los estereotipos lingüísticos y de las costumbres argentinas más arraigadas- que aparece colocado a continuación de una cita culta, revelando en los márgenes de la novela un protocolo de la mezcla para extrañar la percepción de la realidad cristalizada por las poéticas dominantes. El espacio por mí otorgado a esa circunstancia, acaso pueda ser leída como una coartada, que garantiza tras la autoridad de un gran nombre de la gran literatura, el injusto olvido de un gran escritor.
El examen, la lectura de la obra de Carlos Warnes y del objeto señalado ya desde el título de estas jornadas, no apunta en esta ponencia a proponer una teoría de la exclusión de los géneros populares, ni pretende prescribir una metodología infalible de develamiento para reponer en el nomenclador oficial a escritores injustamente olvidados; sino, apenas, de modo lábil, sin una traza declarada de inconformismo, revelar una inquietud que, acaso, pueda nombrar como desasosiego, si al igual que a Pessoa, me fuera permitido ese sentimiento como una especie imposible de ser domesticada por cualquier forma de patetismo.