que dilema aqueja a moxon desde un principio en el amo de moxon
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
El amo de Moxon
Ambrose Bierce
–¿Lo dice en serio? ¿De veras cree que una máquina puede pensar?
La respuesta tardó en llegar. Moxon había concentrado su mirada en los fantásticos dibujos que proyectaban las llamas del hogar.
Ya hacía unos días que yo observaba en él una tendencia creciente a postergar la respuesta a la más anodina de las preguntas. Y no obstante, tenía un aspecto preocupado, más que de meditación; era como “si su cerebro sólo pudiera estar ocupado en una sola cosa”.
–¿Qué es una máquina? –inquirió un poco después -. Esta palabra tiene diversas acepciones. Por ejemplo, tomemos la definición de un diccionario: “Todo instrumento u organización por el que se aplica y hace efectiva la energía, o produce un efecto deseado.” De ser así, ¿acaso el hombre no es una máquina? Y admitirá usted que el hombre piensa… o eso se imagina.
–Si no desea responder a lo que le he preguntado –repliqué–, dígalo claramente. Usted se sale por la tangente, mi querido amigo. De sobra sabe que al referirnos a las máquinas, no hablamos de los hombres, sino de un objeto fabricado por él para su satisfacción.
–A veces no es así –objetó Moxon–. A veces es la máquina la que domina al hombre; a veces es la máquina la que se satisface.
Moxon se puso de pie y se aproximó al ventanal, en cuyos cristales tabaleaba la lluvia que aún hacía más oscura aquella noche de tormenta.
–Perdóneme –sonrió luego, volviéndose de nuevo hacia mí–. No intentaba salirme por la tangente. Puedo responder a su pregunta de manera directa: opino que las máquinas piensan en el trabajo que realizan.
Desde luego, era una respuesta directa. Y no muy grata, ya que casi confirmaba mi suposición de que la devoción de Moxon por el estudio, y el trabajo en su taller no le beneficiaban en absoluto. Por ejemplo, yo sabía que sufría de insomnio, dolencia que no es trivial en modo alguno. ¿Acaso esto estaba afectando a su cerebro? Su respuesta así parecía indicarlo. Tal vez hoy día no albergaría tal sospecha, pero en aquellos tiempos yo era muy joven, y la juventud, aunque lo niegue, siempre es ignorante.
–Bien, si carece de cerebro –proseguí la discusión–, ¿cómo piensa la máquina?
La respuesta, esta vez más rápida, adoptó la forma de una pregunta, hablando en términos legales.
–¿Cómo piensa una planta, que tampoco posee cerebro?
–Ah, de manera que también las plantas piensan… Vaya, me encantaría conocer varias de sus conclusiones al respecto, aunque puede guardarse para usted las premisas.
–Tal vez sea posible para algunas personas deducir las convicciones de los actos propios. Bien, no hablaré de los conocidos ejemplos de la sensible mimosa, de las flores insectívoras y de aquellas cuyos estambres se inclinan y sacuden su polen sobre la abeja para que ésta lo transporte a otras flores. En mi jardín planté en cierta ocasión una trepadora. Cuando la planta surgió a la superficie, clavé una estaca en la tierra a un metro de distancia de la plantita. La trepadora se alargó inmediatamente en aquella dirección, más al cabo de unos días, cuando estaba a punto de alcanzar la estaca, la arranqué y la clavé en dirección opuesta. Inmediatamente, la enredadera cambió de orientación, trazó un ángulo agudo y volvió a alargarse hacia la estaca. Repetí el experimento varias veces, siempre con idéntico resultado. Al fin, descorazonada la planta se dirigió hacia un árbol y empezó a trepar explicaciones.
–Las raíces de los eucaliptos se prolongan de modo increíble en busca de humedad. Un agricultor relató que una raíz de eucalipto penetró en una tubería subterránea seca y la fue siguiendo hasta que llegó a un muro de piedra que obturaba dicha tubería. La raíz, entonces, salió de la tubería y recorrió la pared hasta hallar la abertura, por la que se introdujo, dando la vuelta en busca de la tubería por el otro lado del muro.
–¿Y bien…?
–¿No entiende lo que significa? Significa que las plantas tienen conciencia. Demuestra que las plantas poseen raciocinio.
–De acuerdo, las plantas piensan. Más no nos referíamos a plantas, sino a máquinas. Las máquinas pueden estar fabricadas, totalmente o en parte, de madera, que ha perdido su vitalidad, o ser metálicas en su conjunto. ¿Es que los minerales también piensan?
–Amigo mío, ¿qué otra explicación cabe darle al fenómeno de la cristalización?
–Nunca intenté explicarlo.
–En caso contrario tendría que admitir lo que no es posible negar, o sea la colaboración de manera inteligente entre los diversos elementos que constituyen los cristales. Cuando los soldados de un cuartel forman filas o cuadros, usted está seguro de que razonan. Cuando los patos silvestres, en sus emigraciones, forman una V, usted dice que es por instinto. Cuando los átomos homogéneos de un mineral cualquiera, que se mueven libremente en una solución, adoptan formas matemáticas de asombrosa perfección, o unas partículas húmedas se agrupan para construir los copos de nieve, usted no puede decir nada.