¿Qué diferencia hay entre un antígeno y un anticuerpo?
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Los antígenos vienen del exterior; los anticuerpos son fabricados por el cuerpo
La diferencia más importante. Como hemos visto, los antígenos son sustancias extrañas para el organismo que proceden del exterior, siendo generalmente moléculas o fragmentos moleculares presentes en la superficie celular de bacterias o en virus, al mismo tiempo que pueden ser toxinas o moléculas que representan una amenaza para el organismo. Por tanto, pese a que es cierto que pueden surgir también en el interior (como los antígenos de las células cancerosas), los antígenos son, por regla general, algo ajeno al cuerpo.
En el lado totalmente opuesto tenemos a los anticuerpos. Y es que no solo es que no vengan jamás del exterior (con excepción de las terapias con anticuerpos monoclonales donde se introducen en el organismo para combatir enfermedades concretas en pacientes que necesitan esta ayuda externa), sino que es el propio sistema inmune el que, ante la presencia de un antígeno concreto, los fabrica en masa.
2. Los anticuerpos se diseñan para neutralizar a los antígenos
Como hemos dicho, los anticuerpos son los antagonistas de los antígenos. Y es que los linfocitos B los producen a la medida de un antígeno específico para que estos tengan una afinidad química suficiente para unirse a ellos y, tras quedar anclados, alertar al resto de células inmunes que se desplazarán al lugar para así actuar y neutralizar al antígeno, destruyendo también al patógeno portador de dicho antígeno.
En otras palabras, los anticuerpos se diseñan a la carta para unirse específicamente a un antígeno muy concreto. De este modo, en una primera exposición, se genera la inmunidad suficiente para que, en una segunda (y posteriores) exposición, se pueda “buscar entre los archivos” para así producirlos en masa y neutralizar al germen rápidamente antes de que nos haga enfermar.
Antígeno anticuerpo
3. Los anticuerpos son siempre proteínas; los antígenos, no siempre
Los anticuerpos siempre son glucoproteínas (una molécula compuesta por una proteína unida a uno o varios glúcidos) de tipo gamma (recibe este nombre por el modo en que se separan las proteínas durante una electroforesis) globulina (tienen una estructura globular). Es decir, son siempre inmunoglobulinas de naturaleza proteica.
En cambio, los antígenos, si bien generalmente son de naturaleza proteica, también pueden ser no serlo. Hay antígenos que, a nivel molecular, son polisacáridos, lípidos (ácidos grasos) o ácidos nucleicos (DNA o RNA). Por tanto, el sistema inmune es capaz de detectar antígenos muy diferentes, pero siempre produce unos anticuerpos que consisten en glucoproteínas de tipo gamma globulina.
4. Los antígenos se relacionan con una infección; los anticuerpos, con la inmunidad
Los tests de antígenos son precisamente de antígenos porque estas sustancias son sinónimo de infección. Si en nuestro cuerpo hay presencia de estos antígenos es porque hemos sufrido el ataque de un organismo portador de estos antígenos. En una persona sana, no detectaremos antígenos. Por tanto, los antígenos están relacionados siempre con una infección.
En cambio, los anticuerpos, si bien también se relacionan con una infección ya que es cuando deben producirse en masa para neutralizarla antes de que nos provoque una enfermedad, están presentes en personas sanas, pues son sinónimo de inmunidad. Si tenemos anticuerpos quiere decir que tenemos inmunidad contra un antígeno al que hemos sido expuestos en el pasado, tanto de forma natural por una infección como a través de una vacuna, las cuales, como ya hemos dicho, basan su principio activo en la presencia de antígenos que disparan una reacción inmune sin la presencia del germen para el que transfiere inmunidad.
Te recomendamos leer: “Los 8 tipos de vacunas (y para qué sirven)”
Inmunidad
5. Las vacunas contienen antígenos, no anticuerpos
Y en relación con lo que comentamos, llegamos a la última diferencia. Y es que las vacunas no contienen anticuerpos. Es decir, no nos dan inmunidad directamente. En cambio, lo que hacen es introducirnos unos antígenos (su naturaleza dependerá del tipo de vacuna en cuestión) que, una vez en nuestro cuerpo, será reconocido por los linfocitos.
El sistema inmune, que, como hemos dicho, solo reconoce antígenos, creerá que está ante una infección real. Es por este motivo que, si bien no hay riesgo de enfermar ya que la vacuna no contiene al germen (o este está atenuado o directamente muerto), sino solo sustancias que funcionarán como antígenos, pueden surgir efectos como fiebre, inflamación o dolor de cabeza, todo ello señal de que el sistema inmunitario está reaccionando eficazmente como si de una infección real se tratara. Gracias a las vacunas desarrollamos anticuerpos (y, por tanto, inmunidad) frente a un germen sin necesidad de pasar por una verdadera exposición al mismo.
La diferencia más importante. Como hemos visto, los antígenos son sustancias extrañas para el organismo que proceden del exterior, siendo generalmente moléculas o fragmentos moleculares presentes en la superficie celular de bacterias o en virus, al mismo tiempo que pueden ser toxinas o moléculas que representan una amenaza para el organismo. Por tanto, pese a que es cierto que pueden surgir también en el interior (como los antígenos de las células cancerosas), los antígenos son, por regla general, algo ajeno al cuerpo.
En el lado totalmente opuesto tenemos a los anticuerpos. Y es que no solo es que no vengan jamás del exterior (con excepción de las terapias con anticuerpos monoclonales donde se introducen en el organismo para combatir enfermedades concretas en pacientes que necesitan esta ayuda externa), sino que es el propio sistema inmune el que, ante la presencia de un antígeno concreto, los fabrica en masa.
2. Los anticuerpos se diseñan para neutralizar a los antígenos
Como hemos dicho, los anticuerpos son los antagonistas de los antígenos. Y es que los linfocitos B los producen a la medida de un antígeno específico para que estos tengan una afinidad química suficiente para unirse a ellos y, tras quedar anclados, alertar al resto de células inmunes que se desplazarán al lugar para así actuar y neutralizar al antígeno, destruyendo también al patógeno portador de dicho antígeno.
En otras palabras, los anticuerpos se diseñan a la carta para unirse específicamente a un antígeno muy concreto. De este modo, en una primera exposición, se genera la inmunidad suficiente para que, en una segunda (y posteriores) exposición, se pueda “buscar entre los archivos” para así producirlos en masa y neutralizar al germen rápidamente antes de que nos haga enfermar.
Antígeno anticuerpo
3. Los anticuerpos son siempre proteínas; los antígenos, no siempre
Los anticuerpos siempre son glucoproteínas (una molécula compuesta por una proteína unida a uno o varios glúcidos) de tipo gamma (recibe este nombre por el modo en que se separan las proteínas durante una electroforesis) globulina (tienen una estructura globular). Es decir, son siempre inmunoglobulinas de naturaleza proteica.
En cambio, los antígenos, si bien generalmente son de naturaleza proteica, también pueden ser no serlo. Hay antígenos que, a nivel molecular, son polisacáridos, lípidos (ácidos grasos) o ácidos nucleicos (DNA o RNA). Por tanto, el sistema inmune es capaz de detectar antígenos muy diferentes, pero siempre produce unos anticuerpos que consisten en glucoproteínas de tipo gamma globulina.
4. Los antígenos se relacionan con una infección; los anticuerpos, con la inmunidad
Los tests de antígenos son precisamente de antígenos porque estas sustancias son sinónimo de infección. Si en nuestro cuerpo hay presencia de estos antígenos es porque hemos sufrido el ataque de un organismo portador de estos antígenos. En una persona sana, no detectaremos antígenos. Por tanto, los antígenos están relacionados siempre con una infección.
En cambio, los anticuerpos, si bien también se relacionan con una infección ya que es cuando deben producirse en masa para neutralizarla antes de que nos provoque una enfermedad, están presentes en personas sanas, pues son sinónimo de inmunidad. Si tenemos anticuerpos quiere decir que tenemos inmunidad contra un antígeno al que hemos sido expuestos en el pasado, tanto de forma natural por una infección como a través de una vacuna, las cuales, como ya hemos dicho, basan su principio activo en la presencia de antígenos que disparan una reacción inmune sin la presencia del germen para el que transfiere inmunidad.
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Inmunidad
5. Las vacunas contienen antígenos, no anticuerpos
Y en relación con lo que comentamos, llegamos a la última diferencia. Y es que las vacunas no contienen anticuerpos. Es decir, no nos dan inmunidad directamente. En cambio, lo que hacen es introducirnos unos antígenos (su naturaleza dependerá del tipo de vacuna en cuestión) que, una vez en nuestro cuerpo, será reconocido por los linfocitos.
El sistema inmune, que, como hemos dicho, solo reconoce antígenos, creerá que está ante una infección real. Es por este motivo que, si bien no hay riesgo de enfermar ya que la vacuna no contiene al germen (o este está atenuado o directamente muerto), sino solo sustancias que funcionarán como antígenos, pueden surgir efectos como fiebre, inflamación o dolor de cabeza, todo ello señal de que el sistema inmunitario está reaccionando eficazmente como si de una infección real se tratara. Gracias a las vacunas desarrollamos anticuerpos (y, por tanto, inmunidad) frente a un germen sin necesidad de pasar por una verdadera exposición al mismo.
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