¿Qué consecuencias sociales y económicas han derivado de la actual situación demográfica europea? (es urgente)
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
El muy escaso dinamismo demográfico en prácticamente todos los países de Europa (bajísima natalidad; exigua nupcialidad; mortalidad en aumento; crecimiento natural estancado; falta de renovación de las generaciones) se hace sentir, más que en ningún otro ámbito demográfico, en la esfera de la estructura de la población, es decir en la estructuración y la configuración de la población, de acuerdo con los componentes individuales que caracterizan a esa población -hombres, mujeres, niños, jóvenes, adultos, ancianos-, y con sus componentes colectivos más significativos y representativos -familias, grupos primarios y secundarios, clases sociales y comunidades-, que se dan en un país en un momento determinados.
En los países envejecidos de Europa (globalmente, con más de un 15% de población mayor de 65 años), los índices de dependencia (relación entre la población activa y la pasiva) van en aumento por causa de este desequilibrio en sus estructuras demográficas. Esto trae repercusiones dramáticas, que van desde las excesivas cargas para la Seguridad Social respecto de las pensiones y la provisión de otros servicios sociales a la totalidad de la población, a serios desequilibrios en las estructuras de producción y de consumo, así como a importantes ramificaciones respecto de áreas sociales y económicas que guardan una relación estrecha con la edad, como son, por ejemplo, la educación, la vivienda y la atención sanitaria.
Efectos negativos
En este sentido, la lista de efectos negativos derivados de una situación de alta dependencia senil, como la que se avecina para todo el entorno occidental, especialmente para Europa (y muy especialmente para España, uno de los países más envejecidos del mundo), es muy larga: disminución del número de personas que componen la población activa; envejecimiento progresivo de esa población activa; desequilibrios que obligan cambios en la política de jubilación; desequilibrios en la inversión y el ahorro a nivel colectivo y familiar; disminución en las rentas familiares disponibles; aumento del gasto sanitario de forma desorbitada; subutilización y redundancia en el sector educativo; primacía de valores conservadores en la política; desequilibrios en las estructuras familiares; aumento de la problemática de la socialización intergeneracional; debilitamiento de las relaciones primarias de apoyo; aumento de la proporción de la población femenina; posible quiebra del sistema de seguridad social.
Todos estos trastornos pueden conllevar la desintegración de las estructuras familiares, especialmente con la mayor proliferación actual de divorcios, parejas de hecho, hogares monoparentales, matrimonios tardíos y sin hijos, y una disminución de la nupcialidad, lo que lleva al debilitamiento de los lazos de apoyo primarios dentro de la familia. La socialización de la juventud y la atención a la vejez cobrarán especial relevancia como áreas problemáticas, ya que la familia tradicional, que desempeña un papel importante en ambos ámbitos, quedará substancialmente desamparada en el contexto de una nueva manera de configurar la sociedad.
Objetivo: aumentar la natalidad
Cualquier acción destinada a paliar deficiencias en la cúspide de la pirámide demográfica (población anciana) es saludable y bienvenida, pero las autoridades europeas y españolas harían bien en fijarse también en la base de la pirámide (población joven): por el bien de la nación y de los propios individuos, se impone facilitar los medios para que los ciudadanos tengan una información correcta y un apoyo oficial para poder formar familias y tener hijos con toda libertad. Con la ausencia de una política familiar fuerte, coherente y generosa, en este momento la posibilidad de ejercer esta libertad queda seriamente comprometida en Europa y España, y esto exacerba los problemas del envejecimiento a corto y medio plazo.
Una manera con la que se experimentó para paliar los problemas de la desnatalidad y del envejecimiento en otros países europeos -por ejemplo, en Suecia- es la de crear un Estado providente de grandes dimensiones, de tal manera que la exigua población activa fuese capaz de generar suficiente riqueza como para mantener adecuadamente a una población anciana desproporcionadamente alta. Esta política ha sido un fracaso, entre otras cosas por la tremenda presión fiscal sobre esa pequeña población activa, de tal manera que se ha recurrido, finalmente, a políticas pronatalistas, que con todo no han dado el resultado esperado. Más efectiva ha sido la famosa política del tercer hijo puesta en marcha en Francia por el Gobierno de François Mitterand hace algunos lustros, política que de nuevo viene a sonar como posibilidad, entre las propuestas del actual Gobierno de Jacques Chirac.