q relación guarda la democracia con las emociones
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El Reporte global de emociones 2017, de la organización encuestadora Gallup, estudio que mide diversos sentimientos positivos y negativos en 142 países (), dice lo siguiente: "¿Sabías que 70 por ciento del comportamiento humano se basa en emociones y sólo 30 por ciento es racional?" El dato se puede cuestionar, pero hay que tomarlo en cuenta para entender el funcionamiento de los mercados y, por qué no, de la democracia.
Antes de unas elecciones, la gente experimenta diversas emociones: entusiasmo, miedo, ansiedad, incluso pasión u odio por algún candidato o partido. Después de las elecciones, las emociones persisten: euforia y orgullo en algunos, enojo o decepción entre otros. En el calor de la discusión política, las emociones pueden incluso imponerse a la 'razón'.
Quienes estudian la política, cada vez ponen más énfasis en el papel que juegan las emociones en el comportamiento. Por ello, y sin demeritar los supuestos de conducta racional, vale la pena ir discutiendo la naturaleza emocional del electorado y, de manera más amplia, del ambiente democrático, incluidos los liderazgos políticos.
En un artículo sobre los fundamentos emocionales de la ciudadanía democrática(1), el politólogo Ted Brader apunta que las emociones son un conjunto de reacciones a las circunstancias que pueden incluir procesos electroquímicos en el cerebro y otras funciones motoras. Piense en las emociones y el sentir físico cuando usted ve un penalti en una final de fútbol, en su respiración y su tensión muscular asociadas a la incertidumbre y al deseo de que se anote o se falle.
¿Pueden los procesos políticos y sus actores generar reacciones emocionales de ese tipo en los electores y ciudadanos? Al parecer sí. Los candidatos y las campañas son fuentes de mensajes con carga emocional que apelan a las creencias, las necesidades y los miedos de los electores. Una encuesta previa a la elección de Trump revelaba un alto grado de ansiedad entre el electorado.
En un libro reciente, Christopher Achen y Larry Bartels(2) sugieren que a los votantes y a la democracia hay que entenderlos más bajo una lógica de identidades grupales que de cálculos racionales. La división 'ellos' vs. 'nosotros', tan común en el discurso político, evoca identidades sociopolíticas. Y el uso retórico de palabras como 'populista', 'corrupto' o 'ciudadano' quizás apela más a la emoción que a la razón.
Enfocarnos a las identidades sociopolíticas nos permite entender por qué un partidario ve a otro como adversario, y enfocarnos a las emociones nos ayuda a comprender por qué lo ve como inferior, como alguien que vive en el error.
En las recientes elecciones mexiquenses se vio esa polarización. Los partidarios opuestos se acusan de retrógradas o de incongruentes o de lo que sea, pero el punto central son las emociones que se descargan de manera intensa y constante, entre ellos y hacia las instituciones. Unos no conciben que haya gente que apoya a 'ese' otro partido, a menos de que sean tontos, por decir lo menos.
Los politólogos John Hibbing y Kevin Smith (que están dando un curso de verano en el ITAM sobre biopolítica, por cierto) argumentan que las personas tienen una predisposición biológica, genética, que les hace ver a la política de una u otra manera, no siempre racional(3). Sus investigaciones ilustran cómo las filias y fobias electorales son un rasgo natural que conlleva una plétora de emociones en conflicto, a veces inentendibles pero reales.
Podemos revisar a detalle sus premisas, pero todas estas investigaciones convergen en un punto: si entendemos y reconocemos nuestra naturaleza emocional, y su vínculo con las identidades sociopolíticas, podríamos diseñar y entender mejor nuestra democracia y abonar a su apropiado funcionamiento. No se trata de caernos bien y crear consensos, sino de entendernos mejor y coexistir. Dejo ahí esa idea, pero con la intención de retormar el caso.
(1) En Berinsky, New Directions of Public Opinion, Routledge, 2012.
(2) Democracy for Realists: Why Elections Do not Produce Responsive Government, Princeton, 2016.
(3) Predisposed: Liberals, Conservatives, and the Biology of Political Differences, Routledge, 2014.
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