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El amor se construye
Algunos creen que el amor es como una joya preciosa que se compra, puede coleccionarse y brilla cuando se la frota. La mujer de Gabriel García Márquez trabajó con ahínco durante dos años para que él pudiera dedicarse sólo a escribir Cien años de soledad, el libro que lo llevo a ganar el premio Nóbel. No siempre se está al lado de un talento, pero la convivencia no se basa en anotar puntillosamente en el debe y el haber para pasar facturas en tiempos de crisis. Por el contrario, se fortalece cuando la mujer está convencida de que el otro le hace falta precisamente porque no es su pan de cada día.
La construcción de un sentimiento tan complejo como el amor se parece a la de una enorme torre que se afirma sobre fuelles neumáticos, esos que tienen tanta flexibilidad como para aguantar terremotos. Se edifica a partir de un proyecto osado, pero no se omite el estudio de los materiales.
Julio Cortázar escribió, en el prólogo a la antología de un poeta, una frase interesante: “La inteligencia también hace al amor”. Podría agregársele que es la conquista de la voluntad creadora de quienes lo disfrutan. Aquellos que con el paso del tiempo han creado un código que los inmuniza contra las habladurías. Aprecian más un proyecto en común cuando se lo hace sin escatimar esfuerzos ni limitar solidaridades.
Nada conmueve más que el hecho de que nos quieran, y no hay dolor que pueda compararse con el desamor. Ese sentimiento desolador que suele pasearse con frecuencia por la habitación de aquéllos que tienen todos los gastos pagos.