Matemáticas, pregunta formulada por suromi30, hace 7 meses

Pronto Alicia comenzó a tener alucina-
ciones, confusas y flotantes al principio,
y que descendieron luego a ras del suelo.
La joven, con los ojos desmesuradamente
abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a
uno y otro lado del respaldo de la cama. Una
noche se quedó de repente con los ojos fi-
jos. Al rato abrió la boca para gritar, y sus
narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán!, ¡Jordán! —clamó, rígida de
espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo
aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la al-
fombra, volvió a mirarlo, y después de largo
rato de estupefacta confrontación, volvió en
sí. Sonrió y tomó entre las suyas la mano
de su marido, acariciándola por media hora
temblando. Entre sus alucinaciones más por-
fiadas, hubo un antropoide, apoyado en la
alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en
ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Ha-
bía allí delante de ellos una vida que se
acababa, desangrándose día a día, hora a
hora, sin saber absolutamente cómo.
En la última consulta Alicia yacía en
estupor mientras ellos la pulsaban, pasán-
dose de uno a otro la muñeca inerte. La
observaron largo rato en silencio y siguie-
ron al comedor

Pst… —se encogió de hombros desa-
lentado el médico de cabecera—. Es un
caso inexplicable… poco hay qué hacer…
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán.
Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio
de anemia, agravado de tarde, pero que re-
mitía siempre en las primeras horas. Duran-
te el día no avanzaba su enfermedad, pero
cada mañana amanecía lívida, en síncope
casi.
Parecía que únicamente de noche se le
fuera la vida en nuevas oleadas de sangre.
Tenía siempre al despertar la sensación
de estar desplomada en la cama con un mi-
llón de kilos encima. Desde el tercer día este
hundimiento no la abandonó más. Apenas
podía mover la cabeza. No quiso que le to-
caran la cama, ni aun que le arreglaran el
almohadón.
Sus terrores crepusculares avanzaron en
forma de monstruos que se arrastraban has-
ta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha

Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró
sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente
encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico
de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la
cama, y el sordo retumbo de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, cuando entró después a
deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almoha-
dón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre aquél. Efec-
tivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había
dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de
un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó; pero enseguida lo dejó caer, y se
quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué,
Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron
con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envol-
tura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta
dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose
las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las
plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un
animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba
tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca

Noche a noche, desde que Alicia había
caído en cama, había aplicado sigilosamen-
te su boca —su trompa, mejor dicho— a
las sienes de aquélla, chupándole la san-
gre. La picadura era casi imperceptible.
La remoción diaria del almohadón había
impedido su desarrollo; pero desde que la
joven no pudo moverse, la succión fue ver-
tiginosa. En cinco días, en cinco noches,
había el monstruo vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos
en el medio habitual, llegan a adquirir en
ciertas condiciones proporciones enormes.
La sangre humana parece serles particular-
mente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma


suromi30: esa es la segunda parte

Respuestas a la pregunta

Contestado por santi12u8
2

Respuesta:

Pronto Alicia comenzó a tener alucina-

ciones, confusas y flotantes al principio,

y que descendieron luego a ras del suelo.

La joven, con los ojos desmesuradamente

abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a

uno y otro lado del respaldo de la cama. Una

noche se quedó de repente con los ojos fi-

jos. Al rato abrió la boca para gritar, y sus

narices y labios se perlaron de sudor.

—¡Jordán!, ¡Jordán! —clamó, rígida de

espanto, sin dejar de mirar la alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo

aparecer Alicia dio un alarido de horror.

—¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravió, miró la al-

fombra, volvió a mirarlo, y después de largo

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