Problema étnico de la primera guerra mundial :v
Respuestas a la pregunta
Respuesta:A comienzos de la contienda, nadie abrigaba planes de destruir los imperios hostiles multiétnicos. Se trataba tan sólo de unas espontáneas transformaciones territoriales.
En el verano de 1914, cuando arrancaba la Primera Guerra Mundial, pocos suponían que, pasados tan sólo unos años, el mapamundi político sufriría cambios tan radicales como el colapso de cuatro grandes imperios, que aparecería un gran número de países nuevos y otros verían profundamente transformado su régimen interno. Sobre los gobiernos de los países beligerantes recae no poca responsabilidad por el hecho de que los acontecimientos tomasen tal cariz. La guerra de agotamiento los obligaba a utilizar todas las herramientas a su alcance para debilitar la retaguardia de sus enemigos.
Por qué los líderes de los países beligerantes empezaron a coquetear con los movimientos nacionalistas
A comienzos de la contienda, nadie abrigaba planes de destruir los imperios hostiles multiétnicos. Se trataba tan sólo de unas espontáneas transformaciones territoriales. Para justificar tales cambios podían aducirse razones étnicas (como en el caso de Galitzia), lo cual no era obligatorio en absoluto. La lucha por los derechos de los “países pequeños”, anunciada por la Triple Entente, no tenía nada que ver con el separatismo étnico. Se trataba de Estados que existían antes de la guerra: Serbia y Bélgica.
Mientras hubo esperanza de una pronta terminación de la guerra, a nadie se le ocurrió esgrimir argumentos étnicos o confesionales, pues se creía que los objetivos militares serían logrados por métodos más tradicionales.
Pero a medida que la contienda adquiría un carácter prolongado, los dirigentes de los países beligerantes empezaron a asumir la necesidad de no sólo atizar una tirantez étnica y confesional en la retaguardia del enemigo, sino también de gestionarla en determinada medida.
Por cierto, el grado de vulnerabilidad de las naciones en esta materia era diferente. Francia y Gran Bretaña, de hecho, no encaraban graves problemas étnicos en sus metrópolis (salvo la turbulenta Irlanda en Gran Bretaña). Las minorías étnicas en Alemania vivían sólo en la periferia: los polacos, en Poznan; los daneses, en Schleswig; los franceses, mejor dicho, los francófonos, en el Territorio Imperial de Alsacia-Lorena. Todos estos grupos étnicos no podían generar problemas graves para Berlín.
Los más vulnerables eran tres imperios multiétnicos: el Ruso, el Austrohúngaro y el Otomano que pertenecían a distintos bandos del conflicto.
El deseo de lograr la victoria a toda costa condujo a que tanto los dirigentes de la Triple Entente como los de la Triple Alianza ya en plena guerra estaban dispuestos entablar relación con algunos movimientos nacionalistas (el polaco, el checo, el ucranio, el árabe) como actores plenos de la política mundial.
Correspondientemente, a priori se reconocía el derecho de estas fuerzas políticas a constituir, después de finalizada la guerra, nuevas entidades estatales. A la par con los agravados problemas sociales y el empeoramiento de la situación económica, todo ello atizaba un ambiente explosivo capaz de destruir las instituciones políticas y legales.
Hablando en rigor, esto significaba que las élites políticas de las grandes potencias, embriagadas por el militarismo, se embarcaron en el camino de la autodestrucción.
Desfile independentista
A medida que la guerra se dilataba, los gobiernos de los países beligerantes se enfrentaron con varias tareas entrecruzadas: atraer a su lado a una parte de la población de los países hostiles, procedente de entre las minorías étnicas y etnias.
También elegir a los agentes de influencia entre los políticos de las etnias arriba mencionadas y definir los términos de la colaboración con estos políticos. Del mismo modo, determinar el status posbélicos de los respectivos territorios.
Esta última tarea guardaba una estrecha relación con la determinación de los objetivos militares comunes de cada una de las partes, que de por sí era bastante complicada. Ninguna de las potencias beligerantes supo diseñar una clara política étnica que promover en la retaguardia enemiga. Las numerosas medidas paliativas, adoptadas según el principio ad hoc, al fin conformaron un cuadro abigarrado y contradictorio, pero, a pesar de todo, bastante acabado.
Los emigrantes de los “pueblos oprimidos” de los países hostiles eran utilizados para la propaganda, el espionaje y hasta el reclutamiento de legionarios, pero los líderes políticos no deseaban asumir compromiso alguno respecto a ellos.
Un fenómeno nuevo pasó ser la creación en 1916 de Estados “independientes” en El Hiyaz y Polonia, en territorios que formalmente pertenecían a los países beligerantes. En ambos casos dichos Estados dependían plenamente de sus “fundadores”:
Explicación: