principales implicaciones del conflicto musulman y cristiano en las cruzadas
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La toma de Jerusalén en 1099 fue una carnicería. Los cruzados pasaron por la espada a más de setenta mil personas, tanto musulmanes como judíos, según las crónicas. La barbarie de los frany (o francos, nombre con que se designaba a los atacantes en referencia al origen francés de muchos de ellos) contrastará con la imagen de Saladino, sultán de Egipto y Siria durante la tercera cruzada, al que las crónicas describen como un caballeroso guerrero cuya magnanimidad admiran tanto musulmanes como cristianos.
Para el islam, la pérdida de Jerusalén en el siglo XI supuso un duro golpe. Sin embargo, los musulmanes tardaron en responder con energía a esta situación. Convencidos de que se trataba de una ocupación de carácter temporal, no creyeron que los frany fuesen a establecerse en Palestina de forma permanente. Por ello, no vieron la necesidad de unirse para hacerles frente. Por su parte, los cruzados pronto aprenderán que Oriente es un complicado rompecabezas en el que las alianzas se tejen y destejen en función de intereses cambiantes. Por suerte para ellos, la fragmentación de sus enemigos les beneficiaba, lo cual les permitió consolidar su poder en Tierra Santa.
Durante la séptima y la octava cruzadas las atrocidades de la guerra aumentaron la desconfianza entre ambos mundos, cristiano y musulmán. En el islam, la ocupación de los cruzados provocó un sentimiento de rencor que le llevó a cerrarse en banda a cuanto provenía de Europa. Los frany, en cambio, aprendieron y después superaron los conocimientos del islam en medicina, astronomía, química, matemáticas, arquitectura...
Fortaleza cristiana del Kerak de los Caballeros en Siria. Foto: Wikimedia Commons / Bernard Gagnon / CC BY-SA 4.0. TERCEROS
En 1291, cuando los musulmanes tomaron San Juan de Acre, una de las últimas plazas cristianas en Palestina, el abismo que separaba Oriente de Occidente era ya inmenso. A partir de entonces, el mundo islámico recordará las cruzadas como el inicio del imperialismo cristiano.
Durante siglos, Jerusalén y las demás ciudades de Tierra Santa cambiaron de manos en más de una ocasión. Siempre tendemos a ver las cruzadas desde la óptica cristiana, pero ¿cómo veían los musulmanes a los cruzados?
1 De invasores a enemigos religiosos
En un primer momento, los musulmanes consideraron a los frany simples invasores de su territorio, no enemigos religiosos. Sin embargo, poco a poco se abrió paso la idea de la guerra santa, o yihad. Uno de sus primeros partidarios fue el teólogo musulmán Al-Sulamí, que en 1105 escribió un tratado en el que explicaba que todo creyente debía luchar por su religión con las armas. Poco después, algunos monarcas hicieron suya la causa de la yihad. Así legitimaban su trono, puesto que aparecían como defensores del islam frente a los infieles. Uno de estos soberanos fue el propio sultán Saladino. Sin embargo, tras la muerte del sultán en 1193, la idea de yihad empezó a decaer. Cansada de guerras, la mayoría de la población prefería comerciar con los cristianos a combatirlos.
Los musulmanes no tenían buena opinión de la medicina occidental, muy atrasada respecto la suya. TERCEROS
2 Bárbaros incultos
Cultos y refinados, los musulmanes tomaron a los frany por una horda de bárbaros. Su justicia les parecía brutal, ya que permitía los duelos y otros procedimientos primitivos para ellos. Tampoco tenían buena opinión de la medicina occidental, totalmente atrasada respecto a la suya. Los europeos ni siquiera sabían llevar una dieta sana para evitarse enfermedades graves como la disentería.
3 Irrespetuosos
La actitud de los hombres respecto de las mujeres se convirtió en otro motivo de fricción. Desde el punto de vista islámico, resultaba asombroso que las europeas hablaran con hombres que no eran sus maridos o que actuaran sin el permiso de éstos. También juzgaban inconcebible la poca delicadeza de los frany para con las viudas, pues no siempre esperaban los cuatro meses que prescribía el Corán para solicitarlas en matrimonio.