principales demandas de los dirigentes revolucionarios en Sinaloa y a qué se debió la división entre ellos
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Este libro, formado por ocho capítulos, una nota preliminar, una introducción, un listado de siglas y un apartado de fuentes, es una contribución al estudio de la Revolución mexicana en el estado de Sinaloa, que hay que celebrar. En primer lugar por el cuidado de la edición, su factura editorial es excelente; tiene una cubierta apropiada, las fotos que ilustran la primera y cuarta de forros son extraordinarias, porque también rescatan un acontecimiento histórico: la fiesta de las fuerzas rebeldes, conocidas como "zapatistas", al Gobierno del presidente Madero, en Culiacán el 12 de abril de 1912.Y la selección de 16 fotos que documentan la trayectoria contingente, en zigzag, de la Revolución, sin un gran titiritero que la guiara, sin una biblia que le diera marco.
En segundo lugar por las fuentes primarias y secundarias empleadas: la combinación de archivos locales, regionales y nacionales es uno de los aportes del libro; la hemerografía constituye un rescate de fuentes locales que, mezclado con publicaciones periódicas nacionales y del exilio mexicano en Estados Unidos, expresa la calidad del trabajo de exploración de ellas. Las fuentes secundarias son heterogéneas en cuanto a la corriente de interpretación, abundan los revisionistas, y Alan Knight queda como el faro del neopopulismo, apuntalado por Michel Vovelle y Charles Tilly. Hay una rica mezcla de autores regionales, nacionales y extranjeros, pero se advierte que a los últimos no se les lee en su lengua original, y hay que esperar su traducción al español.
La autora logró el planteamiento del problema, lo dejó sin zanjar. Otras aproximaciones sucesivas y provisionales -como ésta-, suyas o de colegas, irán identificando a los actores y precisando las motivaciones de su insurgencia durante el Gobierno de Madero en Sinaloa. La ramificación geográfica de estos movimientos o focos de revuelta contra dicho gobierno en el norte (Chihuahua, Durango, La Laguna y Sinaloa) sugiere un patrón de rebelión o una gama que merecen estudios especializados, que al parecer escapa al par conceptual agrario versus serrano, propuesto por Alan Knight, y se aproxima a los rubros de Jacquerie y de protesta agraria del mismo autor (Knight 1990, 218-227 y 333-351 respectivamente).
¿Cómo integrar al análisis de la revolución a los hacendados, que participaron en la revolución maderista, como los hermanos Madero, José María Maytorena y Felipe Riveros? Si la historia es el estudio del pasado desde el presente, la omisión, apatía o caricaturización de los ricos, que optaron por el maderismo y el convencionismo, debe tener que ver más con nuestro presente que con los monismos ideológicos, que han campeado en las interpretaciones de la Revolución mexicana.
Felipe Riveros es quizá de los menos estigmatizados. La división de las elites se mantuvo a lo largo de un cuarto de siglo, de 1910 a 1936; el campo de la lucha armada y del exilio así lo evidencian. Las ramas divididas de clanes de clases acomodadas poblaron estos dos campos. El asedio a las autonomías locales y nuevos desequilibrios regionales produjeron ramas opuestas de un mismo tronco familiar en la política y en los negocios, donde la distribución del favor oficial polarizaba tanto la conformidad como la inconformidad (Guerra 1998, 283-285 y 297-301).
El trabajo de Saúl Armando Alarcón Amézquita, "Felipe Riveros: un hacendado sinaloense en la Revolución", ofrece un bosquejo biográfico logrado de este gobernador que fue maderista y convencionista. Y que sigue una trayectoria paradigmática de "la querella de las élites", como llamara François-Xavier Guerra (1988) a la división de las elites porfiristas, en la campaña de José Ferrel contra Diego Redo en 1909 -un deslinde anticipatorio de los sucesivos entre las clases medias y altas de la sociedad en Sinaloa-, hasta las grandes encrucijadas entre el huertismo y el antihuertismo de 1913 a 1914, y entre el carrancismo y el convencionismo-villismo de 1914 a 1920.
Opositor al porfiriato tardío, al huertismo y al carrancismo, Felipe Riveros trazó una ruta biográfica y política seguida por decenas de profesionistas, intelectuales y empresarios que fueron maderistas de la primera hora y convencionistas-villistas posteriormente, como Maytorena, Roque González Garza, Miguel Díaz Lombardo, Raúl Madero y Francisco Escudero, y que configuran una tradición cívico-liberal. La pérdida que significó para México carecer de "los beneficios de su pensamiento y de su ejemplo", por negárseles su participación en los asuntos públicos luego de 1915, sólo fue lamentada por Charles C. Cumberland, quien la considera "la tragedia real de la guerra entre los convencionistas y los constitucionalistas" (1993, 196 y 197). Lo mismo puede decirse de Riveros, entre otros, respecto a la política sinaloense.
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