primero leer y luego responder
Cuando el “ciclón” Rafael Leónidas Trujillo Molina se juramentó como presidente de la República el 16 de mayo de 1930 -duraría 31 años en el poder-, desde meses antes los dominicanos sufrían los embastes de un “ciclón económico” al que se unió el 3 de septiembre el ciclón de San Zenón, fenómeno meteorológico de grandes efectos económico-políticos.
El profesor Franklin Franco Pichardo en su obra Historia Económica y Financiera de la República Dominicana dice que al 1930 habíamos tocado fondo “por el hambre” y por “el cierre por quiebra del comercio y talleres artesanales”. “El panorama era ciertamente sombrío”, dice en la pág. 250. “Los ingresos se habían reducido en un 25%”, y para poder pagar a los empleados públicos despidieron a centenares y cerraron escuelas. “En pocas palabras el país se encontraba al borde del colapso”. A finales de agosto hubo un boom de la nueva Cerveza Colón, de la Compañía Embotelladora Dominicana, vendida por botella y por vasos, y cuando los capitalinos pudientes la disfrutaban, el inesperado y devastador ciclón San Zenón arrasó con más del 70% de la capital, destruyó gran parte del comercio y dejó pérdidas por 40 millones de pesos, casi cuatro veces más que el presupuesto del 1931 de 12 millones. El Congreso Nacional le dio a Trujillo plenos poderes, suprimió garantías.
Constitucionales y declaró per se un estado de emergencia. Trujillo se empleó a fondo y organizó operativos de suministros de raciones alimenticias a la población a la intemperie. “De Cuba han llegado médicos, enfermeras, materiales médicos y alimenticios y un pelotón de soldados sanitarios para ayudarnos”, publicó El Nuevo Diario, y llegaron ayudas de Haití, ocupada por Estados Unidos, Inglaterra, Curazao y Puerto Rico. Se instalaron cocinas en comercios, farmacias, iglesias y otros locales. El 12, la Cruz Roja Americana donó 10 mil raciones y desde Miami llegó una cuadrilla de aeroplanos con toneladas de medicinas y antitetánicas, mientras las misiones de ayuda se dedicaron a recoger, incinerar y lanzar en fosas comunes los muertos. La Opinión informó el 13 de septiembre que eran tantos los muertos que los enterradores de la Plaza Colombina “no dieron abasto, por lo que fue preciso proceder a la incineración”. Ya antes, el día 4, unas 300 personas fueron incineradas, y en el barrio Barahona incineraron 180, además de 160 echados a aljibes. A esos 640 computados habría que sumar a muchos otros en las afueras. La legación de Estados Unidos calculó en 1,500 los muertos y en 5,000 los heridos y lesionados. Fueron reportados 23 defunciones de puertorriqueños. A un mes y 24 días del desastre, el 27 de octubre, el Departamento de Comercio de los Estados Unidos solicitó a sus exportadores que concedieran “extensiones razonables de crédito a las firmas responsables del comercio de la República Dominicana en vista de la situación económica que atraviesa el país debido al huracán que azotó a la ciudad de Santo Domingo”. Trujillo logró poco a poco controlar los efectos inmediatos del devastador ciclón y con los esfuerzos propios, la ayuda internacional y de Estados Unidos, ya para principios de 1931 se inició un período de recuperación que él sabría aprovechar y personalizar dando visos de su voluntad superior de permanencia en el poder.
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