¿Porque se dice que la astronomia cultural es una astronomia antropologica ?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
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Explicación:
En un sentido amplio, se pueden trazar antecedentes muy antiguos del interés por la diversidad de ideas sobre el cielo de los distintos grupos humanos. Sin embargo, pensando específicamente en la conformación de un campo académico, los orígenes podrían ubicarse en el encuentro de tres grandes tradiciones:
la preocupación por las posibles connotaciones astronómicas de grandes estructuras de la antigüedad especialmente europea (centrada en la idea de que podían estar alineadas con posiciones específicas de diversos astros)
el interés surgido en el contexto de la antropología cultural por las concepciones sobre el cielo de culturas no europeas, objeto de estudio de los etnógrafos.1
la Historia de la Astronomía (centrada originalmente en el estudio de la tradición astronómica de la región mediterránea e interesada por el origen de la astronomía académica occidental)2
De estas tres tradiciones, la primera es la que ha dominado en la conformación general del campo de la astronomía cultural. Podemos tomar como momento fundacional de la misma el período de finales del siglo XIX cuando el célebre astrónomo británico Norman Lockyer (1836-1920), descubridor del helio y fundador de la revista Nature, se interesó por los posibles vínculos de restos arqueológicos monumentales con los astros. Realizó una serie de publicaciones sobre las orientaciones de monumentos megalíticos europeos,3 templos griegos y egipcios.4Luego de su trabajo otros astrónomos, ingenieros, físicos, arquitectos, etc decidieron emprender estudios similares, especialmente durante las décadas de 1960 y 1970, a los que se conoció habitualmente como astroarqueología.1 Ello llevó a complejas controversias con historiadores y arqueólogos. Especialmente célebres fueron los debates respecto a las posibles connotaciones astronómicas de Stonehenge. Astrónomos como Gerald Hawkins, quien propuso el término astroarqueología5 y Fred Hoyle postularon multitud de alineamientos para esta estructura vinculados a cuestiones como la predicción de eclipses y se enfrentaron a las opiniones de arqueólogos como Richard J. C. Atkinson, evidenciando la falta de acuerdos metodológicos para el diálogo entre las disciplinas en juego.1
Paralelamente comenzaba a tomar forma la segunda de estas tradiciones, fundada en el interés de académicos provenientes de la astronomía, la matemática y la física por los saberes astronómicos de grupos aborígenes contemporáneos, especialmente de Oceanía, África y América. Ello coincidió con el interés de la propia antropología por dichas concepciones aborígenes, en parte inicialmente estimulado por teorías –como las de Max Müller- que remitían el origen de los fenómenos religiosos a la observación de la naturaleza. Sin embargo estos sistemas de conocimiento sobre el cielo resultaron de gran atractivo para la antropología mucho más allá de dicho marco teórico. Un ejemplo de ese interés, son las monografías pioneras678 que para la década de 1920 el antropólogo alemán Roberto Lehmann-Nitsche publicó en Argentina sobre las astronomías de los grupos aborígenes, la población criolla y los inmigrantes europeos de la región.9 Él propuso la denominación etnoastrognosis para ese tipo de estudios, que finalmente dieron en llamarse etnoastronomía. Esta mirada etnográfica y antropológica de los saberes astronómicos se vio posteriormente afectada por los cambios de paradigmas en la antropología. Debido a ello la etnoastronomía empezó a incluir también la posibilidad de acercarse etnográficamente a los documentos escritos. Además dejó de aplicarse solamente a las astronomías “no-occidentales” para ser aplicada también a las propias tradiciones astronómicas de occidente, incluida la astronomía académica occidental.1011
Volviendo a la primera de las tres tradiciones abordadas, las discusiones de las décadas de 1970 fueron llevando entre la década de 1970 y la de 1980 a la generación progresiva de un espacio de intercambio que permitió poco a poco la elaboración de consensos metodológicos. En esa época se empezó a utilizar el término arqueoastronomía en lugar de astroarqueología. Las Conferencias Oxford [1] han sido sin duda el más importante de dichos ámbitos de encuentro y debate. En la primera, realizada en 1981, quedó en evidencia que se habían consolidado dos tradiciones en Arqueoastronomía. Según los colores de los volúmnes en que fueron publicados cada grupo de trabajos, se conocerían a partir de entonces como “arqueoastronomía verde” y “arqueoastronomía marrón”:
a) La “arqueoastronomía verde”, característicamente europea, forjada al calor de las controversias sobre los megalitos, donde la relativa escasez de evidencias contextuales condujo al desarrollo de metodologías estadísticas para verificar el carácter intencional de supuestos alineamientos de construcciones con fenómenos astronómicos. Uno de los autores que se asociaba a dicha tendencia es Clive Ruggles.
Explicación:
En un sentido amplio, se pueden trazar antecedentes muy antiguos del interés por la diversidad de ideas sobre el cielo de los distintos grupos humanos. Sin embargo, pensando específicamente en la conformación de un campo académico, los orígenes podrían ubicarse en el encuentro de tres grandes tradiciones:
la preocupación por las posibles connotaciones astronómicas de grandes estructuras de la antigüedad especialmente europea (centrada en la idea de que podían estar alineadas con posiciones específicas de diversos astros)
el interés surgido en el contexto de la antropología cultural por las concepciones sobre el cielo de culturas no europeas, objeto de estudio de los etnógrafos.1
la Historia de la Astronomía (centrada originalmente en el estudio de la tradición astronómica de la región mediterránea e interesada por el origen de la astronomía académica occidental)2
De estas tres tradiciones, la primera es la que ha dominado en la conformación general del campo de la astronomía cultural. Podemos tomar como momento fundacional de la misma el período de finales del siglo XIX cuando el célebre astrónomo británico Norman Lockyer (1836-1920), descubridor del helio y fundador de la revista Nature, se interesó por los posibles vínculos de restos arqueológicos monumentales con los astros. Realizó una serie de publicaciones sobre las orientaciones de monumentos megalíticos europeos,3 templos griegos y egipcios.4Luego de su trabajo otros astrónomos, ingenieros, físicos, arquitectos, etc decidieron emprender estudios similares, especialmente durante las décadas de 1960 y 1970, a los que se conoció habitualmente como astroarqueología.1 Ello llevó a complejas controversias con historiadores y arqueólogos. Especialmente célebres fueron los debates respecto a las posibles connotaciones astronómicas de Stonehenge. Astrónomos como Gerald Hawkins, quien propuso el término astroarqueología5 y Fred Hoyle postularon multitud de alineamientos para esta estructura vinculados a cuestiones como la predicción de eclipses y se enfrentaron a las opiniones de arqueólogos como Richard J. C. Atkinson, evidenciando la falta de acuerdos metodológicos para el diálogo entre las disciplinas en juego.1
Paralelamente comenzaba a tomar forma la segunda de estas tradiciones, fundada en el interés de académicos provenientes de la astronomía, la matemática y la física por los saberes astronómicos de grupos aborígenes contemporáneos, especialmente de Oceanía, África y América. Ello coincidió con el interés de la propia antropología por dichas concepciones aborígenes, en parte inicialmente estimulado por teorías –como las de Max Müller- que remitían el origen de los fenómenos religiosos a la observación de la naturaleza. Sin embargo estos sistemas de conocimiento sobre el cielo resultaron de gran atractivo para la antropología mucho más allá de dicho marco teórico. Un ejemplo de ese interés, son las monografías pioneras678 que para la década de 1920 el antropólogo alemán Roberto Lehmann-Nitsche publicó en Argentina sobre las astronomías de los grupos aborígenes, la población criolla y los inmigrantes europeos de la región.9 Él propuso la denominación etnoastrognosis para ese tipo de estudios, que finalmente dieron en llamarse etnoastronomía. Esta mirada etnográfica y antropológica de los saberes astronómicos se vio posteriormente afectada por los cambios de paradigmas en la antropología. Debido a ello la etnoastronomía empezó a incluir también la posibilidad de acercarse etnográficamente a los documentos escritos. Además dejó de aplicarse solamente a las astronomías “no-occidentales” para ser aplicada también a las propias tradiciones astronómicas de occidente, incluida la astronomía académica occidental.1011
Volviendo a la primera de las tres tradiciones abordadas, las discusiones de las décadas de 1970 fueron llevando entre la década de 1970 y la de 1980 a la generación progresiva de un espacio de intercambio que permitió poco a poco la elaboración de consensos metodológicos. En esa época se empezó a utilizar el término arqueoastronomía en lugar de astroarqueología. Las Conferencias Oxford [1] han sido sin duda el más importante de dichos ámbitos de encuentro y debate. En la primera, realizada en 1981, quedó en evidencia que se habían consolidado dos tradiciones en Arqueoastronomía. Según los colores de los volúmnes en que fueron publicados cada grupo de trabajos, se conocerían a partir de entonces como “arqueoastronomía verde” y “arqueoastronomía marrón”:
a) La “arqueoastronomía verde”, característicamente europea, forjada al calor de las controversias sobre los megalitos, donde la relativa escasez de evidencias contextuales condujo al desarrollo de metodologías estadísticas para verificar el carácter intencional de supuestos alineamientos de construcciones con fenómenos astronómicos. Uno de los autores que se asociaba a dicha tendencia es Clive Ruggles.