porque los dicipulos de Emaús andaban tristes por el mundo?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
porque avía muerto el maestro
Respuesta:
puedes leerlo y sacar un resume de ello
Explicación:
Había muchos otros caminos que partían también de Jerusalén y, en la tarde de aquel día, muchos caminantes por todos los caminos. Entonces, ¿por qué Jesús se acercó precisamente a aquellos dos? Ocurrió porque Jesús tuvo compasión de ellos. La compasión de Jesús -nuestra única esperanza. Los dos estaban tan decepcionados, tan tristes, tan desesperados, porque sentían fracasada su vida. Y justamente por eso el Señor quiso acercarse a ellos.
Tal vez nos reconocemos a nosotros mismos en estos dos hombres, que caminan en la soledad, que se afligen por sus ilusiones perdidas. Y como Cleofás y su compañero, muchas veces nosotros tampoco reconocemos a Él que marcha a nuestro lado, que está tan cerca de nosotros en el momento mismo en que lamentamos su ausencia.
Pero hay una diferencia: ellos están tristes porque lo creen muerto. Nosotros estamos tristes a pesar de que lo creemos vivo. Y además conocemos su promesa hermosa: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20). Los discípulos de Emaús tuvieron que cambiar su actitud para reconocer al fin al Señor. Afortunadamente, se dejaron transformar por Él durante el retiro que les predicó mientras andaban por el camino.
Pero no creamos que Dios los favoreció más que a nosotros: ellos no lo reconocieron más que por la fe: tuvieron que hacer un acto de fe como nosotros.
Lo reconocieron en los dos signos de los que también nosotros disponemos: la palabra viva y la fracción del pan.
Así los discípulos aprendieron a reconocer a Cristo en la Eucaristía. Es la misma experiencia que podemos cuando nos juntamos fraternalmente y celebramos la Misa, hacemos presente a Cristo entre nosotros, en la Palabra y en la fracción del pan. Los discípulos de Emaús nos enseñan no solamente a reconocer a Cristo en su palabra. Nos indican a verlo también en la fracción del pan, la que se realiza cada día en la Eucaristía. Los dos encontraron a Cristo en aquel gesto de entrega. Lo reconocieron en aquel gran amor, con el que sólo Dios puede amar, y que consiste en dar la vida por los suyos.
Y nosotros, ¿hemos reconocido alguna vez al mismo Jesús en la palabra del Evangelio y en la fracción del pan? ¿Hemos llegado a celebrar alguna vez la misa con una hondura tan grande, con una fraternidad tan viva? ¿Nuestra fe fue tan intensa que nos dimos cuenta de que sólo Dios podía amarnos y unirnos de esa manera tan profunda?
Apreciado lector, la mayor avenida del mundo es el camino de Emaús: todas las moradas de los hombres se abren hacia ella. Pasa por delante de nuestra puerta, y cada día es posible el encuentro. Sólo depende de nuestro anhelo, disponibilidad e invitación. Y entonces viene Él, sin ruido, compañero invisible, que viajará a nuestro lado hasta el fin del mundo. Jesucristo se nos ofrece como el gran compañero de nuestra vida. Lo podemos encontrar: En el Sagrario: en la presencia real y permanente. En los brazos de María: en la unidad profunda entre Madre e hijo. Aprovechemos nuestra visita al Templo para estar un rato con Él, el Resucitado, compañero de camino, el gran amigo de toda la vida.