Porque el estado y la sociedad deben ocuparse del bienestar de la juventud
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
comenzaremos diciedo que, del mismo modo en que el proceso sociohistórico de construcción de la juventud devino como consecuencia del desarrollo de la sociedad, es a partir de determinadas cuestiones que fueron «problematizándose» socialmente que, desde el aparato estatal, comienzan a generarse acciones dirigidas a este sector de población, hasta derivar, posteriormente, en una diferenciación y especialización de un ámbito institucional de política pública que se ocupa, específicamente, de los temas propios de la fase del desarrollo humano llamada «juventud». Y es a partir de la constitución de esta instancia estatal que comienza a hablarse propiamente de políticas de juventud.
Como primera aproximación, diremos que, a nuestro entender, política de juventud es toda acción que se oriente tanto al logro y realización de valores y objetivos sociales referidos al período vital juvenil, como así también, aquellas acciones orientadas a influir en los procesos de socialización involucrados. Trátase tanto de políticas reparatorias o compensatorias como de promoción y orientadas al desarrollo y/o construcción de ciudadanía.
En la política de juventud, se hallan presentes tanto los valores e intereses de los jóvenes en particular como los de la sociedad, en general.
Otra definición, en clave participativa, expresa que la política de juventud trata de ir generando las condiciones en las cuales los jóvenes puedan realizarse en cuanto tales y, al mismo tiempo, participar en la configuración de la sociedad en la que viven.
Por su parte, una definición, generada desde el campo de las asociaciones juveniles, nos plantea que: «en contraposición a otros campos del quehacer político, la ‘política de juventud’ no se ocupa de la solución de problemas específicos sino más bien de la representación de los intereses de los jóvenes en la sociedad».
Definición distintiva, que se enfrenta, en tiempos de crisis de representatividad, al desafío evidente de la participación juvenil, y la genuina representación de intereses sin ficciones ni arbitrios.
Por último, debemos subrayar que es más adecuado hablar de «políticas de juventud» y no de una «política de juventud» para no simplificar las múltiples fórmulas existentes y las variadas jurisdicciones y competencias, repartidas tanto dentro como fuera del aparato de Estado. Y, especialmente, si optamos por no hablar de una juventud, sino de la existencia de muchas juventudes, acreedoras de diferentes políticas.