¿Por que no es importante la cultura política?
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Respuesta:
Un sistema democrático eficaz requiere de una participación considerable y permanente por parte de quienes se encuentran bajo ese régimen, y para que esto sea posible se requiere necesariamente de una cultura política que satisfaga lo que este compromiso implica; es decir, democracia y cultura política no sólo se relacionan entre sí, sino que representan dos elementos mutuamente dependientes.
En esa tesitura, podemos partir entendiendo a la cultura política como “una serie heterogénea y desarticulada de los valores, actitudes y acciones, con base en la cual los actores sociales construyen percepciones sobre las relaciones de poder y sustentan su acción” (Tejera, 1996:13). Al respecto, Almond y Verba (1963) planteaban que nuestra cultura política se ve definida a partir de cuatro factores concretos: el conocimiento, el afecto y la valoración que tenemos de nuestro sistema político, los objetos políticos (inputs) y administrativos (outputs), y el rol de uno mismo, como objeto, dentro de todo ello. De este último punto surge una cuestión que resulta trascendental para entender a la cultura política como uno de los ejes fundamentales de la democracia: la importancia que le otorgamos a nuestro rol personal en la conformación y funcionamiento de un Estado; y es que ninguna otra forma de gobierno, hasta ahora descubierta, exige más compromiso de sus ciudadanos que la democracia.
Para explicar lo que por democracia se entiende, podemos retomar la socorrida definición que plantea Schumpeter (1943), quien argumenta que la democracia es “el acuerdo institucional para llegar a decisiones políticas en la que los individuos adquieren el poder de decidir mediante una lucha competitiva por el voto del pueblo”. Sin embargo, es fácil percatarnos que aun y cuando la potestad del pueblo pondera efectivamente en la definición de Schumpeter, presenta una limitante que se replica en muchas de las aproximaciones que tratan de abordar el tema de la democracia, y corresponde al hecho de que su explicación es constreñida al entorno electoral, con lo que su concepción queda reducida a una democracia meramente instrumental; pero, indudablemente, la democracia representa una dimensión mucho más amplia que trasciende la esfera de una simple contienda por la obtención del voto.
Delhumeau (1970) afirmó que la democracia supone una especie de “organización social que parte de la libertad, respeto y unidad de los individuos para poder organizarse de forma en que todos participen y aporten sus opiniones para un bien común en un ambiente en donde haya cultura política y conciencia”. Notoriamente, esta concepción es más extensiva que la propuesta de Schumpeter, pero aún tiene el inconveniente de afirmar que la democracia es condición sine qua non para poseer una cultura política, cuando ciertamente no es así: todos los individuos ostentamos nuestra propia cultura política (buena o mala, de acuerdo a cada punto de vista), la cuestión es identificar cuál es la cultura política que se requiere para que una democracia funcione; y aquí podemos retomar los planteamientos hasta aquí expuestos para hacer notar que el éxito de un sistema verdaderamente democrático depende de que la cultura política de los ciudadanos que vivan bajo este régimen sea compatible con los valores y principios que la democracia pregona, fundamentalmente: libertad, respeto y espíritu de cooperación.
La cultura política es, en efecto, un elemento crucial para el progreso y desarrollo de un sistema democrático, pero no es la democracia el elemento que debe adaptarse a lo que nuestra cultura política ofrece —pues esto implicaría adoptar una forma corrupta de democracia—; es nuestra cultura política la que debe ponerse a la altura de lo que la verdadera democracia exige.
En ese sentido, la democracia deber ser comprendida tal y como es reconocida en nuestra propia Constitución federal, esto es, “no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”. Para que dicha meta sea alcanzada, se requiere de una cultura política fundamentada en los valores que promueven dichos objetivos, y “esta cultura política consiste en un consenso sobre ciertas reglas del juego o procedimientos constitucionales; y el surgimiento de ciertas actitudes culturales básicas, como la confianza interpersonal y la predisposición a participar en política” (Inglehart, 1993: 48).
Por lo anterior, vale la pena concluir enfatizando que si de la democracia pende el respeto a nuestra libertad, diversidad y pluralismo; de nuestra cultura política pende la propia democracia.
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