Por qué las ideas hacen revoluciones y las revoluciones hacen las ideas
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Revolución en las mentes
Un día de 1917 los ideales revolucionarios parecieron ahogarse en el fango; en el fango de las trincheras. Cuentan los cronistas que los soldados con sus uniformes impolutos marchaban al frente de Verdún o Somme, convencidos de lo elevado de su misión, para volver a sus hogares en los vagones del tren con la mirada perdida y la cara desencajada. La Primera Guerra Mundial terminó con el idealismo transformador de la Revolución Francesa, paradigma formativo de la conciencia revolucionaria. Incluso la Revolución de Octubre, surgida de las penurias de la Gran Guerra, no fue un movimiento de masas, sino el resultado de la determinación de sus líderes, ilustraba Tomáš Masaryk, y de la ausencia de miedo a la muerte, afirmaba León Trotski . Ambas revoluciones ocurrieron antes de que se produjeran, en la mente y en los corazones.
El peso de las conciencias nacionales
Y en esa tesitura nos dirigimos a la Segunda Guerra Mundial –bomba atómica mediante– con la triste conclusión de que la sociedad terminaba amando por encima de todas las cosas a su pueblo, su lengua, su familia, su sangre… En definitiva, al terruño. Por eso las últimas grandes revoluciones fueron anticolonialistas; los levantamientos antisoviéticos (1953, 1956 y 1968) fueron una larga y lenta revolución por la autodeterminación, y el fin de la URSS, si se quiere, vino con el peso de las conciencias nacionales, como nos reveló Václav Havel.
Entrados en pleno siglo XXI, la distancia entre el poder y el sujeto político abrió un inmenso precipicio, una fractura que algunos siguen creyendo poder cerrar con los derechos colectivos, la nación y el mito racial, tal que grises recetas del pasado, cuando la reivindicación popular debe ser transversal e internacional a la altura de los retos de la globalización, tal como se mueve el poder económico . El capitalismo es global, la democracia local. Seguimos sin representantes globales, como seguimos sin ninguna multitud cooperante, interconectada, decidida a convertirse en una masa crítica y revolucionaria a escala global. Seguimos asediados, a merced de los nacionalismos populistas. Si no se ofrecen alternativas, sin marcos deliberativos, si no aceptamos las asimetrías, seguirán espoleándose las políticas identitarias. Revoluciones reaccionarias.