por que el conquistador no pudo ver en el indio al otro
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«Se obedece, pero no se cumple.» Con esta frase, inserta en la mayor parte de los libros que tratan del régimen español en Indias, algunos historiadores han pretendido resumir el valor práctico de las leyes de Indias y de todo el sistema montado en América para proteger al indio. Para los que aún no han comprendido la obra de España en América, el «se obedece, pero no se cumple» es un axioma incontrovertible que quiere expresar una realidad histórica. Los actuales estudios americanistas, más comprensivos y más imparciales, han echado por tierra todo el tinglado de mentiras que montaron los constructores de la leyenda negra hispanoamericana. No se puede hacer historia a base de la anécdota, como tampoco se puede generalizar con unas cuantas excepciones. Las ordenanzas, concebidas y escritas en favor de los indios, no fueron unos legajos de estricto valor histórico, sin aplicación práctica. La mayor parte de ellas se cumplieron, y aquellas que no llegaron a plasmarse en la realidad concreta fue porque las circunstancias lo impidieron o lo aconsejaron.
El español que se adentra en el estudio minucioso de nuestra historia en América –las Indias– experimenta un cúmulo de emociones dormidas en el sueño de los siglos. A través de tantas páginas escritas con la pluma y con la espada de tantos hombres castellanos de recia raigambre española, vemos desfilar ante nosotros el glorioso pasado de España. Un día nos emocionará el relato de la hazaña de Cortés o de Pizarro. Vibraremos con Valdivia, acompañándole en su largo caminar a través de tribus araucanas, y nos asombrará el salto olímpico de un campeón del heroísmo –Alvarado–, cuya hazaña traspasa los límites de lo real. Seguramente volveremos el rostro a cosas nuevas, decepcionados por las tremebundeces que nos cuentan algunos de nuestros cronistas. Sus impresiones nos habrán hecho pensar que el español fue un bárbaro en su comportamiento con el indio. Es cierto que algunas veces, por mil circunstancias, lo fue; pero para juzgarle es preciso colocarse en su posición, volver unos siglos atrás con la pesada armadura que aterraba a las mismas fieras. Incluso es necesario despojarse de nuestra mentalidad moderna «made in siglo XX». Tal vez, después de realizada esta sencilla operación, tenga para nosotros menos [4] valor el testimonio de algunos cronistas. Al leer la información que fray Marcos de Niza dirigió desde Méjico a la Corte española, nos daremos cuenta de que gran parte de sus improperios contra los conquistadores de Quito provenían de un exceso de amor propio ofendido.
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