Por qué América Latina es tan diversa culturalmente
Respuestas a la pregunta
Explicación:
América Latina ya era culturalmente diversificada antes de ser llamada por ese nombre. Centenares de pueblos habitaban el continente, aunque éste no tuviera aún un nombre unificador. Había intercambios y guerras entre algunos, lo que evidencia su enorme diversidad: incas, calchaquíes, tzotziles, olmecas, mayas, guaraníes, tupíes, etc. Pero todavía no existían las palabras “indios” e “indígenas” con que los unificaron los colonizadores españoles y portugueses.
La mayor parte de la literatura sobre diversidad en América Latina estaba concentrada, hasta hace pocos años, en las diferencias entre indígenas, afroamericanos y blancos (o criollos, como eran llamados los descendientes de europeos en las colonias españolas de América). Es decir que la mayor atención era conferida a la diversidad étnica. Los proyectos de integración regional –desde el de Bolívar hasta el Mercosur– también han colocado, como parte de los análisis y debates, las diferencias entre naciones y las preguntas sobre aquello que podría unificar el continente o crear una identidad latinoamericana. ¿Con quién aliarse en las negociaciones internacionales? ¿Qué inmigrantes aceptar y cómo evitar la discriminación de los que llegan de países más pobres, con otra lengua o menor nivel educativo? Los temas clásicos de la diversidad cultural –selectividad, discriminación y bilingüismo– se imponen ahora a escala transnacional.
Recientemente también se ha empezado a prestar atención a las formas de diferenciación no étnicas ni nacionales, como resultado de las distintas participaciones en las variantes modernas de desarrollo, de organización regional, distinción etaria o de género, y de acuerdo con las variadas modalidades de acceso a los bienes e informaciones globalizados. Esa perspectiva dinámica evita los riesgos de tratar las identidades como únicas y además historiza las formas de diversidad tradicionales. Reducir la cuestión de la diversidad cultural a la condición de los grupos que no forman parte de las instituciones hegemónicas es descuidar las otras formas de diversidad, como si las diferencias y disputas entre los grupos dominantes no fuesen problemáticas. La cuestión del multiculturalismo y del pluralismo lingüístico no puede ser vista apenas como una necesidad de definir qué hacer con las lenguas indígenas habladas por cerca de 40 millones de latinoamericanos. Las preguntas sobre cómo tratar la diversidad y el plurilingüismo tampoco se agotan, como en otra época, agregando al bilingüismo castellano-indígena el de las elites que aprenden inglés u otras lenguas. En un continente intensamente interconectado, en el que todas las clases sociales viajan (como los empresarios, estudiantes, turistas, emigrantes y exiliados), los dilemas de la diversidad y el interculturalismo afectan a casi toda la población. El crecimiento de las inversiones extranjeras en América Latina y el aumento de las remesas de los migrantes (de dinero y también de bienes e información) son dos evidencias destacadas del incremento de las interconexiones entre las formas internas de organización social y las de otras sociedades y culturas.
Desde esta perspectiva, el análisis de la diversidad –y de las políticas destinadas a tratar esa cuestión– no puede limitarse a defender los derechos de hablar la propia lengua y ocupar un territorio específico. Necesitamos pensar interculturalmente la investigación y las políticas educativas, legales y de convivencia a fin de que la defensa de lo peculiar se articule con los derechos de acceso al patrimonio nacional y a las redes de intercambio material y simbólico que las conectan con el mundo