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Desde 1737, Juan de Bolívar —abuelo de quien sería el Libertador Simón Bolívar— había decidido obtener títulos de nobleza para su familia. Los Borbones habían puesto a la venta privilegios nobiliarios que permitirían a los españoles americanos incrementar su estatus social y su posición en las colonias. Para acceder a ellos, Juan de Bolívar depositó 22.000 doblones de oro en las arcas de los frailes de San Benito, orden beneficiaria del marquesado de San Luis. Pero ahora, ya en 1792, el trámite ha resultado intrincado y penoso, el abuelo y el padre de Simón han muerto sin ver título nobiliario alguno y Esteban Palacios tiene a su cargo aquel trámite endemoniado que exige, además de los doblones pagados para la gracia real, acreditar una pureza de sangre que sus sobrinos no tienen: y es que en la sangre y abolengo hispanos de los Bolívar había sangre negra cruzada, sangre que debía ocultarse, que debía disimularse.
Los Bolívar habían ocupado cargos de importancia desde su llegada al Nuevo Mundo. En la península, en el lejano sigloXIII, la familia feudal de los Bolívar defendió con tenacidad sus derechos ante las pretensiones de la realeza castellana. Al final, en el año de 1470, los ejércitos reales redujeron a los feudatarios rebeldes de Vizcaya y la torre señorial de los Bolívar fue desmantelada y menoscabado su poder. Uno de los descendientes de esta orgullosa estirpe localista decide emanciparse y viaja a la recién conquistada América. Este viajero lleva el mismo nombre de su famoso descendiente: Simón Bolívar llamado el Viejo, que llega primero a Santo Domingo entre 1550 y 1560, para llegar luego a Santiago de León de Caracas, provincia de Venezuela.
Desde su llegada, Bolívar el Viejo se hace notar por su ascendencia sobre los demás colonos, se gana la confianza de los caraqueños y pronto se le envía a España para llevar peticiones a favor de las colonias americanas. En esas circunstancias, Bolívar el Viejo aprovecha para obtener el permiso de importar varias toneladas de esclavos al año y para solicitar información sobre el linaje de su familia. Entonces, en julio de 1574, Bolívar recibe la respuesta esperada: su sangre es noble, y desde entonces luce con el orgullo de su estirpe vasca el apelativo de rigor. Ahora se haría llamar Simón de Bolívar.
En 1593, su hijo, otro que llevó orgulloso el nombre de Simón, recibió la encomienda de los indios de Quiriquire en el valle de San Mateo y ahí se fundó la hacienda que sería el lugar preferido de la familia hasta el sigloXVIII. Pero para ese siglo los Bolívar ya habrán nutrido su sangre vasca con las sangres oriundas o florecidas en el Nuevo Mundo.
Todo comenzó con Josefa Marín de Narváez, bisabuela del Libertador, quien había sido la hija natural de un tal Francisco Marín de Narváez y una mujer de quien casi no se tiene referencia, sólo que era una «doncella principal» —como así la nombra el propio Marín—, pero cuyo nombre calla «por decencia». ¿Cómo la hija de esta relación, y en aquel siglo, entró a formar parte de una familia tan notable como la de los Bolívar?
En 1663, Francisco Marín compró a la Corona las minas de Cocorote y el señorío de Aroa, lo cual le generó una notable fortuna. En 1668 nació Josefa y cinco años más tarde, al morir Francisco Marín en Madrid, legó todos sus bienes a la pequeña. Los sucesos se dieron entonces como consecuencia de la riqueza heredada inesperadamente por Josefa. Según el testamento dejado por Marín, su hermana se haría cargo de la tutela de Josefa, sin embargo, el alcalde ordinario entregó la niña a Pedro Jaspe, alguacil mayor de la Inquisición y alcalde de Caracas.
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