por favor ayuda es para hoy resumen de el libro de una noche de espantos de el autor Antón Chéjov
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Una densa niebla se extendía por encima de la ciudad, cuando, en la víspera del año nuevo, regresaba yo a mi casa después de haber pasado la velada en la de un amigo. Una buena parte de dicha velada había sido dedicada al espiritismo. Yo no creo en el espiritismo. Pero las ideas y las alusiones a la muerte me dejan abatido.
La muerte es imprescindible e inminente. Tenía la impresión de que si volvía la cara la muerte se me aparecería bajo la forma de un fantasma. Subí los cuatro pisos de mi casa y abrí la puerta de mi cuarto. Mi modesta habitación estaba oscura.
El viento ululaba en la chimenea, como si se quejara de que lo hubiesen dejado puertas afuera. Encendí un fósforo. La fuerza del viento aumentó y el gemido se convirtió en un aullido furioso.
«Desgraciados los que carecen de hogar en una noche como ésta», pensé…
Lástima que una ráfaga de viento no apagase mi fósforo. En medio de la habitación había un ataúd. La llama del fósforo ardió poco tiempo. Sin embargo, el aspecto del ataúd quedó grabado en mis pupilas.
Era de brocado rosa, con una cruz de galón dorado en la tapa. El brocado, las asas y los pies de bronce, proclamaban que el difunto había sido rico. El tamaño y el color del ataúd indicaban que el muerto era joven y de gran estatura. Sin detenerme a reflexionar, salí y, como un loco, me lance escalera abajo.
En el pasillo y en la escalera todo era oscuridad.
En mi ausencia la puerta estaba siempre cerrada, y el sitio donde escondía la llave solamente lo sabían mis mejores amigos. Pero ellos no iban a ponerme un ataúd en mi cuarto.
Yo no creía, y sigo no creyendo, en el espiritismo. « Habrá sido una alucinación. Al volver a casa, estaba tan impresionado por la sesión de espiritismo, que los nervios me hicieron ver lo que no existía. » Decidí ir a pasar la noche en casa de un amigo.
Busqué la llave detrás de la viga, abrí la puerta y entré.
Vacilé unos segundos y hui como un loco de aquel lugar… En la habitación de mi amigo había un ataúd… ¡de doble tamaño que el otro!
Evidentemente, dondequiera que fuese llevaría conmigo la terrible visión de muerte. Sufría yo, por lo visto, una enfermedad nerviosa, provocada por aquella sesión espiritista y las palabras de Espinosa. «Me vuelvo loco», pensaba, aturdido, cogiéndome la cabeza.
Afortunadamente, recordé que en la misma calle vivía un médico conocido mío, que precisamente había asistido a la sesión espiritista. Como en aquella época aún no se había casado, tenía su cuarto en un quinto piso de una gran casa.
Esto significa que no soñamos y que los ataúdes, el mío y los de usted, no son fenómenos ópticos, sino que existen de veras. Estábamos helados y, por fin, decidimos dominar nuestro temor en el cuarto del médico. Al entrar encendimos una vela y vimos un ataúd de brocado blanco con flores y borlas doradas. Después de muchas vacilaciones, el médico se acercó y, rechinando los dientes de miedo, levantó la tapa.
« Confío en que tú, como buen amigo, me ayudarás a defender nuestra honra y nuestra fortuna, y es en la seguridad de esto por lo que te mando un ataúd, con el ruego de que lo guardes hasta que pase el peligro. El ataúd no permanecerá en tu cuarto más de una semana. Tu amigo. » Después de aquella noche estuve enfermo de los nervios durante tres meses.
Nuestro amigo, el yerno del fabricante de ataúdes, salvó su fortuna y su honra. Pero como sus negocios no prosperan, cada noche, al volver a mi casa, temo hallar junto a mi cama un catafalco o un panteón.