Historia, pregunta formulada por tortilladepapas303, hace 5 meses

¿Podemos afirmar que tanto Carlos I y V cómo Felipe II fueron los máximos representantes de la Monarquía Absoluta en Europa durante el siglo XVII? Justificar
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Contestado por dariopupiales72
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FELIPE II EL REY DIOS

El monarca Felipe II llegó a ser considerado como el más absoluto del mundo. Tuvo que cargar con la responsabilidad de administrar el mayor imperio conocido. Se ha dicho de él que fue el primer gobernante que intentó instaurar un auténtico Estado español. Sin embargo, la visión del gobernante entre sus súbditos era de déspota, despiadado y cruel. De hecho, existe la creencia consolidada entre buena parte de los historiadores que así lo afirman en la actualidad.

A pesar de ello, existe otra parte de la historiografía actual que señala como en realidad sus poderes no eran tan absolutos y en muchas ocasiones sus decisiones estaban supeditadas y limitadas en gran medida tanto por los fueros de las diversos reinos hispanos como por la amplitud de la jurisdicción de la nobleza y el clero. Heredó las maneras de su padre el emperador Carlos I pero lo cierto es que tuvo que adaptarse a los nuevos tiempos y luchó contra numerosos residuos que heredó de la etapa anterior.

No creía en los luteranos y no compartía la forma de administrar los recursos de su padre ni tampoco de la política seguida pro éste en América. A pesar de ello asumió las instrucciones legadas por su padre e intentó seguir el camino trazado por éste a mediados del siglo XVI. Sin embargo, su concepción del poder no era del todo absolutista en el sentido de divinizar su personalidad ante los súbditos sino que pensaba que el gobernante tenía una única obligación y gran responsabilidad para aquellos a los que gobernaba. Creía en la autoridad real pero no en el absolutismo exacerbado. En el año 1586 dejó de utilizar el título de Majestad.

Lo cierto es que el rey actuaba en tres esferas claramente diferenciadas como eran la Corona, el Estado y la Monarquía. España había sabido aglutinar en torno a la institución monárquica amplios territorios o reinos que formaban parte del estado. La gran obra del historiador Fernand Braudel sobre Felipe II y el Mediterráneo dejaron patente el problema del limitado poder del monarca en estos territorios provocados por la dificultad de la comunicación y la lejanía de los territorios administrados. Es por ello que, en cierto modo, Felipe II se convirtió en un monarca burócrata que tuvo que desarrollar un amplio sistema estatal de centralización política y administrativa capaz de mover la maquinaria gestora hacia los diferentes reinos que en aquellos momentos comprendían el panórama español.

A pesar de las voces disidentes se dice que Felipe II lejos de ser ese gran monarca universal de un imperio en el que nunca se ponía el sol se comportó como un auténtico ejecutivo de hoy en día sin querer imponer el culto a su persona entre los administrados. Su concepción del imperio universal no era por tanto imperialista. A pesar del peso de la historiografía que señala su carácter expansionista se sabe también que fue él quien a mediados del siglo XVI señaló que no quería conseguir más territorios sino consolidar los que ya tenía, consciente del enorme peso material que su administración comportaba. Todo ello no significa necesariamente que España se convirtiera en un país centralizado y unificado pues los fueros y otras normativas legales lo impedían.

Felipe II era consciente de que mantener ciertas diferencias comportaba tener al súbdito en situación de obediencia y por tanto exentas de peligro para la institución monárquica. De hecho, el concepto de España ya existía en el intento de consolidar una administración potente, fiable y fuerte pero el monarca jamás lo empleó en sus títulos. Sin unidad y sin jurisdicción total sobre todos los reinos el monarca se arrogó buena parte del protagonismo dirigente y tuvo que asumir el poder personalmente sin que ello conllevase una política imperialista. En la práctica, el monarca actuó más como rey de Castilla que como monarca español.

Por otra parte, jamás toleró la rebelión de sus súbditos y en numerosas ocasiones se adelantaba a los acontecimientos en previsión de males mayores. Confío en sus ministros y asesores pero nunca dejó los asuntos más importantes entre sus manos, al menos durante los últimos años de su mandato. Esta actitud era la que parecía darle el toque despótico del que se le acusa. Sus decisiones eran siempre consultadas aunque una vez tomada la decisión por terrible que fuera nunca se volvía atrás. Esto provoca tener que diferenciar entre crueldad por necesidades de Estado y crueldad derivada de la conducta personal del rey. Lo cierto es que tuvo que tomar decisiones, muchas equivocadas, pero siempre trató de consensuarlas, aunque fuera de un modo diferente al que en la actualidad pudieramos pensar.

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