Planteamiento, nudo y desenlace del cuento LA NIÑA DE LOS FÓSFOROS.
ES PARA MAÑANA
DOY CORONA
Respuestas a la pregunta
Respuesta: Era la última noche del año y mientras todas las familias se preparaban para sentarse a la mesa rodeados de ricos manjares, en la calle estaba descalza ella: la niña vendedora de fósforos. La pobre llevaba el día entero en la calle, sus huesecitos estaban congelados de frío por culpa de la nieve y lo peor de todo es que no había conseguido ni una sola moneda.
- ¡Fósforos, Fósforos! ¿No quiere una cajita de fósforos señora?
Pero la mayoría pasaban por su lado sin tan siquiera mirarla.
Cansada, se sentó en un rincón de la calle para congelarse del frío. Tenía las manos enrojecidas y casi no podía ni moverlas. Entonces recordó que tenía el delantal lleno de cerillas y pensó que tal vez podía encender una para tratar de calentarse. La encendió con cuidado y observó la preciosa llama que surgió delante de sus ojos. De repente apareció en el salón de una casa en el que había una gran estufa que desprendía mucho calor ¡que bien se estaba allí! pero el fósforo se apagó rápido y la estufa desapareció con ella.
- Probaré con otra, pensó la niña.
En esta ocasión vio delante de ella una gran mesa repleta de comida y recordó los días que llevaba sin probar bocado. Alargó la mano hasta la mesa para tratar de llevarse algo a la boca y…. ¡zas! Se apagó el fósforo. Eran tan bonitas las cosas que veía cada vez que encendía una, que no se lo pensó dos veces y encendió un tercer fósforo.
- ¡Ooooh!, exclamó la niña con la boca abierta. Que árbol de Navidad tan grande, y cuantas luces… ¡es precioso! Se acercó a una de ellas para verla bien y de golpe desapareció todo.
Rápidamente buscó un nuevo fósforo y volvió a encenderlo. En esa ocasión apareció ante ella la persona a la que más había querido en el mundo: era su abuela.
- ¡Abuelita! ¡Qué ganas tenía de verte! ¿Qué haces aquí? No te vayas por favor, déjame que me vaya contigo. Te echo de menos… y consciente de que el fósforo que tenía en su pequeña mano estaba a punto de apagarse, la pequeña siguió encendiendo fósforos hasta que agotó todas las que le quedaban, instante en el cual la abuela cogió dulcemente a la niña de la mano y ambas desaparecieron felices. La pequeña dejó de sentir frío y hambre y empezó a sentir una enorme felicidad dentro de sí.
A la mañana siguiente alguien pasó junto al mismo sitio en que la pequeña se había sentado y la encontró allí, rodeada de fósforos apagados, inmóvil, helada por culpa del frío pero con una sonrisa inmensa en su cara.
- ¡Pobrecita!, exclamó al verla
Pero lo que no sabía nadie es que la pequeña se marchó feliz, de la mano de su abuelita, hacia un lugar mejor.
Explicación: