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Tras algunos años de crecimiento negativo, debido a una huida masiva de capitales, el colapso del rublo, la caída de los precios del petróleo y las sanciones comerciales de Occidente debido a la crisis de Ucrania, la economía rusa volvió a un crecimiento modesto a partir de 2017, estimulada por la extracción de recursos minerales y el consumo privado. Según el FMI, el crecimiento del PIB se ralentizó a 1,3% del PIB en 2019 (en comparación con 2,5% en 2018), debido a la caída de los precios del petróleo y el impacto negativo del aumento del IVA en el consumo privado. Se considera que la actividad económica será impulsada por el aumento en el gasto público en infraestructura en el marco de proyecto nacionales, y con el aumento de la oferta laboral debido a la reforma de pensiones. En el mediano plazo, el crecimiento real del PIB debiera permanecer bajo 2% al año debido a debilidades estructurales, bajos niveles de inversión y bajas perspectivas demográficas. Según las últimas estimaciones del FMI, del 14 de abril de 2020, debido al brote de COVID-19, se prevé que el crecimiento caiga a -5,5% en 2020 y que repunte a 3,5% en 2021, según la recuperación económica global posterior a la pandemia.
La economía rusa siguió creciendo modestamente en 2019, pero la actividad industrial se ralentizó debido a una demanda externa más baja, una menor producción de petróleo, en línea con las cuotas fijadas por la OPEP y los países exportadores de petróleo y mayores costos de financiación relacionados en parte con la sanciones de Estados Unidos implementadas en 2018 (Euler Hermes, 2019). Desde la recesión de 2015-2016, el gobierno ha llevado una política macroeconómica prudente, que busca mantener la estabilidad financiera, y el banco central ha controlado con cuidado la inflación. Aunque las finanzas púbicas mostraron una caída con respecto a 2018, mantuvieron un superávit en 2019 (el superávit presupuestario fue estimado en 1% del PIB por el FMI) y debiera mantenerse en 2020 (0,2% del PIB según el FMI). La deuda pública ha aumentado pero sigue siendo baja: representó 16,5% del PIB en 2019, ya que el fondo soberano fue usado durante la recesión. Según previsiones del FMI, la deuda pública debiera seguir creciendo, llegando a 17,7% del PIB en 2020 y 18,3% en 2021. La inflación, estimada en 2,9% en 2018, subió a 4,5% en 2019, reflejando el aumento del IVA implementado en 2019. La inflación debiera caer a 3,1% en 2020. El superávit de cuenta corriente sigue siendo cómodo (sobre 90 mil millones USD). En un decreto de mayo de 2018, el presidente Vladimir Putin se comprometió a aumentar el gasto en infraestructura, salud y educación en 1,1% del PIB por año en 2021. El presupuesto de 2019-2021, el primero en que se anuncia un superávit desde 2014, refleja la estrategia prudente adoptada por las autoridades. El objetivo es almacenar 200 mil millones USD en fondos para dificultades futuras, para anticipar nuevas sanciones o una nueva crisis global, y para generar un superávit de 62 mil millones USD durante el período. Rusia afronta numerosos desafíos: una impronta extensa del Estado, debilidades de gobernanza e institucionales, una infraestructura insuficiente, bajos niveles de competitividad, subinversión, una baja capacidad de producción, la dependencia en materias primas, un clima de negocios pobre, la falta de reformas estructurales y el envejecimiento de la población.
La tasa de desempleo, estimada por el FMI en 4,6% en 2019, está cayendo, pero los sueldos reales también han caído. Las desigualdades sociales siguen siendo elevadas, sobre todo entre grandes ciudades y zonas rurales. Solo un 1% de la población posee en torno a 70% de los activos privados. A pesar de la emergencia de una clase media urbana, la pobreza sigue bordeando un 13%. Un movimiento de protesta de la clase media llama a poner fin a la corrupción y el clientelismo. A pesar del impacto económico negativo de la pandemia de COVID-19, la tasa de desempleo debiera mantenerse estable en los años siguientes, con una estimación de 4,9% en 2020 y 4,8% en 2021.
Explicación:
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