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Respuestas a la pregunta
Esta tesis doctoral ha sido un trabajo apasionante, largo y arduo, que necesitó de
mucha motivación para que pudiera al fin degustar las mieles de la imprenta. En primer
lugar, quiero agradecer a Javier Rodríguez Pequeño, mi director, que mantuvo viva su fe
en mí y en este proyecto a lo largo de un lustro. Agradezco su paciencia, su sabiduría, su
apoyo incondicional, pero sobre todo, que me diera libertad para abordar esta
investigación poco ortodoxa de una manera igualmente poco ortodoxa.
Una tesis doctoral exige tal rigor en la tarea de investigar que yo diría que es lo
que forja el carácter de los futuros doctores en Literatura. En este caso específico, el
tema del pensamiento mágico, de la adivinación, las supersticiones y la hechicería,
obligaba a consultar libros muy ajenos los campos de la Literatura y la Lingüística, de
modo que fue necesario extremar el rigor para establecer fuentes fiables. No era el único
obstáculo; la doble vocación de Gabriel García Márquez, como autor literario y como
reportero, y mi deseo de abarcar la totalidad de su obra, obligaba a consultar tanto libros
como artículos de prensa. Con el transcurso de los meses, lo que era una dificultad
añadida se convirtió en una ventaja, porque esa variedad se tradujo en una gran riqueza
de fuentes y de matices. También acabó por ser una ventaja la tendencia de García
Márquez a romper reglas; me impuso un estilo de trabajo que, fiel a su espíritu, se
atreviera a salirse de las convenciones, a ser trasgresor.
Hoy puedo decir que una investigación de esta magnitud es el producto de varios
factores; una pasión por un tema y una mano sabia –en mi caso, la de Rodríguez
Pequeño– que sepa cómo convertir esa pasión en un proyecto –uno solo– para llevarlo
hasta el final. Quiero reconocer también el aporte invaluable de Alberto Caffaratto, que
cedió de buena gana muchas horas que pertenecían a nuestra vida en común para que yo
se las dedicara a esta labor. Eso sin contar las muchas otras horas que escuchó con
paciencia mis largas disertaciones –a veces en compañía de nuestro hijo, Mauro
Caffaratto–, mientras yo amasaba pensamientos y maduraba ideas. Alberto tiene el
mérito adicional de haber sido mi principal proveedor de libros. Algunos estaban en su
biblioteca. Otros, se los quité de las manos mientras los estaba leyendo. Y otros más los
llevó casa. «Mira lo que he encontrado de García Márquez, creo que te puede servir»,
decía. ¡Claro que sirvió! Todo ha venido a parar aquí, a estas páginas.
Gracias a Plinio Apuleyo Mendoza, que me concedió una entrevista, me regaló
su libro Aquellos tiempos con Gabo y me ayudó a despejar varias dudas sobre su amigo,
Gabriel García Márquez. Gracias a mis proveedoras de material b
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