PERDIENDO VELOCIDAD Tego se hizo unos huevos revueltos, pero cuando se sentó a la mesa y miró el plato, descubrió que era incapaz de comérselos. — ¿Qué pasa? —pregunté. — Estoy preocupado —dijo—, creo que estoy perdiendo velocidad. Movió el brazo a un lado y al otro y se quedó mirándome, como esperando mi veredicto. — No tengo la menor idea de qué estás hablando —dije. — ¿No viste lo que tardo en atender el teléfono? En atender la puerta, en cepillarme los dientes… Es un calvario. Hubo un tiempo en que Tego volaba a cuarenta kilómetros por hora. El circo era el cielo; yo arrastraba el cañón y Tego aparecía con su casco plateado y levantaba los brazos para recibir los aplausos. Yo me encargaba de la pólvora mientras él metía su cuerpo delgado en el cañón. Luego venía el silencio y todo quedaba en mis manos. Sacaba los fósforos de una caja de plata, que todavía conservo. Tomaba uno. Con un movimiento rápido surgía el fuego. Yo daba algunos pasos hacia atrás, dando a entender que algo terrible pasaría, y de pronto: Bum. Y Tego, una flecha roja y brillante, salía disparado a toda velocidad. Tego hizo a un lado los huevos y se levantó con esfuerzo. Estaba gordo y viejo. Respiraba con un ronquido pesado y se movía por la cocina usando las sillas para ayudarse. — Yo sí creo que estoy perdiendo velocidad —dijo—. Creo que estoy por morir. Arrimé el plato a mi lado de la mesa, para hacerlo rabiar. — Eso pasa cuando uno deja de hacer bien lo que uno mejor sabe hacer —dijo—. Eso estuve pensando, que uno se muere. Fue la última conversación que tuvimos, después de eso dio tres pasos torpes y cayó muerto en el piso. Una periodista viene a entrevistarme unos días después. Le firmo una fotografía en la que estamos con Tego junto al cañón, él con su traje rojo, yo de azul, con la caja de fósforos en la mano. La chica quiere saber más sobre Tego. Como no se va, le ofrezco algo de tomar. — ¿Café? —pregunto. — ¡Claro! —dice ella. Parece dispuesta a escucharme una eternidad. Pero raspo un fósforo contra mi caja de plata, para encender el fuego, varias veces, y nada sucede.
¿En qué orden presenta los hechos el narrador del texto?
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Tego se hizo unos huevos revueltos, pero cuando finalmente se sentó a la mesa y miró el plato, descubrió que era incapaz de comérselos. —¿Qué pasa? —le pregunté. Tardó en sacar la vista de los huevos.
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