partes importantes de la leyenda de tunuyan
Respuestas a la pregunta
Hace unos meses nos llegó un comentario sobre un bosque situado en Tunuyán, cercano a una ruta (luego especificaremos la dirección exacta). Un fin de semana decidimos ir con uno de los chicos del staff para ver que onda, que pasaba ahí o cuan ciertos los rumores. Sinceramente íbamos en tono de joda, para pasar una tarde divertida, nada más.
Nos paramos en un pequeño restaurante a almorzar y mientras que pedía la cuenta, así como quien no quiere la cosa, le pregunté a la dueña sobre el bosque. Llevábamos la dirección con nosotros. La mujer era anciana, de unos ochenta años, con ojos muy verdes, la piel rojiza y rostro alegre. En el instante que le pregunté, su semblante se tornó oscuro y su mirada errante. Me dijo que lo mejor era que no me metiera en pasado, que disfrute de la ciudad o el río, pero que olvide de recabar en asuntos escabrosos. Esto más que espantarme me llamó muchísimo la atención. La seguridad con la que me habló la señora y lo fiel que transmití el mensaje a los chicos, nos demostró que aquella tarde no iba a ser de joda. Y ya que estábamos en el baile… bailamos.
Manejamos un largo rato hasta que llegamos al punto señalado, estacionamos el auto al costado de la ruta y sin siquiera titubear nos dimos cuenta del sendero que nos habían marcado como referencia, suerte de pasaje lúgubre y claroscuro. Nos adentramos caminando callados hasta aproximadamente un kilómetro de la ruta. Las nubes negras de la siesta, que proclamaban una tormenta y el follaje de los árboles que nos tapaba la poca luz, habían transformado aquel paisaje en un bosque oscuro y húmedo. Nuestro silencio, la sugestión y el ambiente hacían que solamente escuchemos nuestros corazones latir.
Los árboles se cerraban ante nosotros a cada paso, como una especie de manos que nos quisiesen atrapar. Más caminábamos, más se nublaba, más se cerraba el sendero, más denso se ponía el aire. De pronto llegamos a una pequeña casa abandonada. Estaba completamente destruida, solamente seguían en pie sus paredes. El techo estaba destrozado, no tenía puerta y algunas de sus ventanas estaban tapiadas con maderas. Varias paredes habían sido víctimas de fuego, tanto dentro como fuera, y los escombros del otrora techo y galería, estaban ahora en torno a los muros. Decidimos dirigirnos hacia la casa y fue entonces cuando los tres lo escuchamos…
Hasta el día de hoy ninguno puede definir que fue lo que oímos, pero los tres concordamos con que el sonido fue de un segundo, emitido por varias voces, voces susurrantes, voces suplicantes, entrecortadas, similar a una canción reproducida de atrás hacia adelante, muy nítido. Venía de todas partes, ni de arriba ni de abajo, sino desde todos los costados.
Los tres nos miramos, nuestras caras eran mitad de terror y ganas de correr, mitad de incredulidad, hasta que pregunté si habían escuchado lo mismo que yo, sabiendo la respuesta. Lo primero que hicimos fue quedarnos inmóviles, tratando de concentrar todos nuestros sentidos en lo que oíamos, pero no se escuchó más nada. Luego preguntamos si había alguien escondido… lógicamente no recibimos respuestas. De pronto un trueno azotó el cielo e instantáneamente comenzó a llover finito. Esto nos sirvió de excusa para irnos. Durante el camino de vuelta los tres sentíamos que alguien nos seguía, como que nos miraban de atrás. Yo iba último y podía ver como los chicos cada dos por tres giraban, sinceramente no me animaba a dame vuelta, pero les aseguro que detrás de mí sentía otros pasos quebrar las hojas del suelo al caminar. El bosque se había tornado más oscuro y el camino de regreso mucho más largo, el ruido de follaje contra el viento se mezclaba con nuestro miedo y el agua que caía y nos hacía caminar más rápido.
Luego otro trueno y otro. El cielo se tornó negro y de pronto, después de un relámpago, nuevamente las voces. El primero de la fila giró bruscamente, preguntando si lo habíamos oído… aunque no hizo falta. Bastó mi señal para que los tres comenzáramos a correr desesperadamente hacia el auto, sin saber a que le temíamos, pero con la mayor sensación de horror que sentimos en nuestras vidas. Las hojas se quebraron más fuerte tras de mí.