¿Para qué me llama Jesús?
Respuestas a la pregunta
mo lectores y escuchas del evangelio, la primera cosa que a menudo nos llama la atención sobre la llamada de Jesús a quienes se convierten en sus discípulos es la naturaleza radical de la llamada. En Mateo leemos, "Mientras caminaba cerca del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, que se llama Pedro y su hermano Andrés, echando las redes al mar, pues eran pescadores. Les dijo: "Vengan en pos de mí y los haré pescadores de hombres. Al punto, dejaron sus redes y lo siguieron" (4,18-20).
No tenemos por qué suponer que nunca habían oído hablar de Jesús antes de este encuentro, pero la inmediatez y totalidad de su respuesta sigue siendo un cambio radical de sus vidas cotidianas hasta este momento. Su nueva vida como discípulos comienza en un instante. Más allá del carácter radical de su llamada, sin embargo, lo que se presenta aquí de manera dramática es el abrumador magnetismo de la atracción de Jesús. Cuando Jesús llama a alguien nunca pasa desapercibido. Su llamada siempre provoca una crisis que lleva a la aceptación o al rechazo.
Esto se hace evidente cuando un hombre rico y piadoso se arrodilla ante Jesús y le presenta una pregunta importante: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?" (Marcos 10:17b). Jesús le recuerda la importancia de guardar los mandamientos de Dios, y el hombre le asegura que los ha observado fielmente desde su juventud. "Jesús lo miró con amor y le dijo: ´Te falta una sola cosa. Ve y vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme´" (Marcos 10,21).
El hombre se marcha triste porque, a pesar de su fiel observancia de la Ley, le falta el amor para hacer lo que le pide Jesús.
Esto podría provocar una crisis en nosotros que también, en virtud de nuestro Bautismo, somos llamados explícitamente por Cristo a ser sus seguidores. ¿Cuántos de nosotros hemos vendido todo lo que teníamos y se lo hemos dado a los pobres? En el relato de Mateo de esta llamada, sin embargo, Jesús no dice que le falta "solamente una cosa;" más bien dice, "si quieres ser perfecto" (Mateo 19,21). La palabra "perfecto" aquí significa "totalmente maduro," no un ideal imposible.
La buena noticia para nosotros es que hemos sido llamados y seguimos siendo llamados, a pesar de nuestras imperfecciones. Jesús nos llama a madurar en nuestra relación con él. Para la mayoría de nosotros, la llamada de Jesús no es tan radical que podamos recordar el momento como una experiencia increíble que marcó toda una diferencia en nuestra relación con Dios.
Lo que sigue siendo crucial para todo cristiano es el atractivo de Jesús que cambia la vida. Si somos maduros en la fe, debemos estar ante aquél que nos llama, aquél cuya presencia marcará toda una diferencia en nuestras vidas. Ahí es donde la llamada de Jesús a sus discípulos en el evangelio de Juan puede ser una ayuda especial para nosotros.
En los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), la llamada de Jesús a menudo se expresa como "seguimiento" de Jesús. Jesús los llama a medida que va pasando por la tierra de Israel así que seguirle es mucho más que una metáfora. Deben caminar, literalmente, tras él que los conduce por el camino de la fe.
En el Evangelio de Juan, la atracción de Jesús está tan pronunciada como en los sinópticos, pero la primera llamada a los discípulos de Jesús se describe de manera muy distinta. En Juan, los dos primeros discípulos de Jesús eran seguidores de Juan Bautista y es el propio Juan quien los lleva a convertirse en discípulos de Jesús.
Los dos discípulos (Andrés, y la tradición indica que el otro era Juan, hijo del Zebedeo, o el discípulo al que amaba Jesús) siguen a Jesús, como deben hacer todos los buenos discípulos, pero Juan añade la nota especial de su pregunta, "¿dónde moras?" y que "se quedaron con él" (Juan 1,38.39). La raíz de la palabra "quedarse" es la misma que morar, o permanecer con él. Si hemos de ser discípulos de Jesús, no es necesario que seamos perfectos al instante. Lo que es necesario es que permanezcamos en la presencia de Jesús.
"Yo soy la vid y ustedes los sarmientos. Quien permanece en mí y yo en él dará mucho fruto. Porque sin mí, ustedes no pueden hacer nada" (Juan 15,5).