Para el racionalista cuál es la distinción entre ciencia y no ciencia ?
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A pesar de que es frecuente encontrarse con la opinión de que la ciencia es el paradigma de la actividad racional, no deja de sorprender que haya un escaso acuerdo sobre en qué consiste su racionalidad. Una vez que han fracasado los programas demarcacionistas y todos los esfuerzos por formular una metodología unidimensional de la ciencia, las estrategias eclécticas parecen ser las más atractivas. Esto ha dado pie a que se preste una mayor atención a los proyectos inclusivos, en los que se han abierto paso lentamente aspectos hasta ahora desdeñados. En especial, algunos modelos de racionalidad práctica que, desde versiones reduccionistas extremas, habían sido excluidos del ámbito de lo racional han sido insertados en el núcleo mismo de la racionalidad científica de muy diversas maneras. No obstante, dista de ser claro en qué medida algunos de ellos1 contribuyen a elucidar la racionalidad de la ciencia, en especial, aquellos modelos que contemplan la actividad científica como una actividad guiada por fines y en busca de su consecución eficiente, y que ven en la racionalidad científica una especie de la racionalidad instrumental. Generalmente, a ello va unida la idea de que sólo las razones instrumentalmente válidas son aceptables dentro de la racionalidad práctica. Mi objetivo en este artículo es discutir el modelo instrumentalista aplicado a la racionalidad científica.
El hecho de contemplar la ciencia como una actividad multidimensional ha provocado la necesidad de enriquecer los modelos de racionalidad que la guían. Bastaría, por lo tanto, con reconocer que la ciencia es básicamente un conjunto de acciones y de prácticas para que, de modo trivial, fuera posible adoptar modelos tradicionales de racionalidad práctica. Es más, dado que estas acciones involucran igualmente problemas provenientes de su inserción social y de su impacto en otras esferas, como la económica o la política, los valores y los criterios de adecuación racional de la ciencia desbordan los límites de las evaluaciones epistémicas y metodológicas a que nos habían acostumbrado los filósofos de la ciencia. Apelar a la prudencia, a la precaución o a otros aspectos moralizantes que prescriptivamente habrían de gobernar la ciencia es un modo de convertir la racionalidad de la ciencia en racionalidad práctica. Por supuesto, si se piensa en la complejidad de las actividades investigadoras en nuestros días, una época caracterizada por la estrecha interrelación de la ciencia con la tecnología (y con la economía, con la política y con el vivir cotidiano de la gente...), que algunos han querido ver como una nueva forma cultural de tecnociencia, entonces la dimensión normativa excede con mucho los valores epistémicos e incorpora necesariamente consideraciones valorativas de carácter instrumental, prudencial, político o moral. La racionalidad de la ciencia (o mejor, de la tecnociencia) debería construirse en consonancia con esta multidimensionalidad valorativa y normativa, y para ello nada mejor que un eclecticismo de factores epistémicos y prácticos.