opinión sobre el cuento el hombre de juan rulfo
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Esta lectura de “El hombre” de Rulfo desarrolla los elementos del cuento –la ruralidad, la oralidad, la cultura mexicana, el asesinato y la venganza- con los procesos de violencia cultural que mueven la visión de mundo del narrador, posibles de relacionar con el sufrimiento del pueblo latinoamericano en general por parte de las prácticas de poder de la colonia, cuyo centro es la letra y la administración vertical de la justicia.
Probablemente “El hombre” sea uno de los cuentos más complejos de Rulfo. En él podemos observar la asunción y el manejo de técnicas narrativas contemporáneas, al tiempo que un entrañable vínculo con Jalisco –su región de origen–, y todo el universo del que procede. Un texto complejo por asumir innovaciones formales, por estar en directa relación con el horizonte ideológico y cultural que lo genera, y –como consecuencia– exhibirse como un claro ejemplo de transculturación narrativa en todos sus niveles (Rama 1987).
En “El hombre” un hombre persigue a José Alcancía para matarlo. Alcancía es perseguido por la masacre de la familia Urquidi, acto que ha cometido al asumir la venganza del asesinato de su hermano. Es perseguido precisamente por el asesino de su hermano, padre de la familia exterminada. José Alcancía cae, al final, víctima de su perseguidor, en una emboscada frente a un río.
Variando el punto de vista, la otra historia es la del perseguidor, asesino del hermano de José Alcancía que se libra de la muerte por estar ausente de su casa: se había detenido en el camino de regreso del entierro de un hijo suyo.
Finalmente, se presenta la relación dada por un borreguero a una persona identificada como “señor licenciado” en la que relata su encuentro con el prófugo y cómo lo ayudó durante algunos días para descubrirlo posteriormente muerto a la orilla del río.
Narración y estructura formal
El cuento se divide en dos secciones, marcadas por un espacio en blanco. A partir de esta división formal, y del cambio de narrador que supone, podemos establecer una serie de oposiciones, entre las cuales podemos mencionar –sin pretensión de ordenar jerárquicamente– narrador extradiegético/narrador intradiegético, naturaleza/cultura, venganza/aparato judicial, oralidad/escritura.
En la primera parte del cuento, encontramos un narrador situado fuera de la historia, lo cual podría permitirle una visión global de lo que está contando. Este narrador va variando el punto de vista y así accedemos a la conciencia de los dos hombres en la persecución:
Los pies del hombre se hundieron en la arena dejando una huella sin forma, como si fuera la pezuña de algún animal... (Rulfo 1997).
Los constantes cambios de punto de vista –y los saltos temporales que cada uno de ellos implica– producen que la información entregada por el narrador sea dosificada y sintetizada enormemente. Por esta razón la posibilidad que tiene el narrador extradiegético de describir un mundo cerrado, aquí se ve en entredicho. La recepción de la historia se dificulta y el lector –ante las dificultades que le presenta el narrador– debe reconstruir la historia como si fuera un rompecabezas. Es así como deberá prestar especial atención a los cambios tipográficos y a las marcas señalizadoras que tiene el texto para no perderse en el ejercicio de la lectura. Rulfo ha instalado la simultaneidad, reemplazando la unidad cronológica, una simultaneidad que da cuenta de una concepción de la realidad que ya no es ordenada, sino caótica.
En la segunda parte del cuento aparece sorpresivamente un narrador en primera persona, un cuidador de animales, el cual se está dirigiendo a otro personaje que permanece en silencio o haciendo preguntas y acusaciones que no se explicitan, sino que aparecen sugeridas por los giros que va adquiriendo el discurso del borreguero:
Ya lo decía yo que era un juilón. Con sólo verle la cara. Pero no soy adivino, señor licenciado. Sólo soy un cuidador de borregos y hasta si usted quiere algo miedoso cuando da la ocasión. (...) ¿Dice usted que mató a toditita la familia de los Urquidi? (37–38).
Coddou plantea, respecto del discurso de este narrador, que se articula como un soliloquio en la medida en que el receptor no interviene (Coddou 1997). Sin embargo, creo que lo que ocurre es que es ese otro ausente, representante del poder, quien posibilita el discurso del borreguero. Más aún, de algún modo, obliga, condiciona y ordena –desde el poder– la relación del sujeto enunciante. Es el poder el que genera la enunciación. Este discurso “no es un monólogo, sino una comunicación a un... [señor licenciado] que, por lo tanto, está presente dentro del texto, a cuyo conocimiento del medio puede recurrirse confiadamente y, sin embargo, está afuera, en ese límite que diseña la función mediadora” (Rama 1997: 100).
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