Observen las siguientes imágenes y la postal de Simón. Formen equipos y expresen sus ideas sobre la causa de cada suceso. Anoten su explicación en el cuaderno e inter- cámbienla con la de otros equipos. ierno en Central Park, Nueva k. Otoño en Central Park, Nueva York. Imagen satelital del norte del océano Atlántico, Europa y el oeste de África.
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Cayubo es un pueblo donde estuve hace unos días, por asuntos relacionados con la venta de unas tierras.
Dos largas y únicas calles dejan ver rápidamente y sin protocolo, como el seo en las películas pornáficas, todo el pueblo de una sola ojeada.
Un centenar de casas blancas achaparradas, que parecen querer quitarle al transeúnte con sus barrigas de bahareque, el breve espacio de las enmontadas aceras. Tres botiquines o pulperías. Una escuela con rosas a la entrada, resecas de tanto sol. Una farmacia que se presenta en un aviso desteñido del jarabe De Witt. Y al frente, la jefatura civil con una mata de mango, debajo de la cual duerme un perro que parece muerto.
Plaza no tiene.
Cayubo es un pueblo donde las moscas, el silencio y el olor a terrón hambriento de lluvia, son una constante.
El primer día de mi llegada, después de colocar varios avisos de “venta” en algunos postes del alumbrado público, seguí camino para los terrenos que nos legara mi padre, y que él ostentosamente llamaba “La Finca”.
Pero al sexto día, cansado de aquella soledad donde lo único que abundaba era plaga y serpientes, encendí mi viejo Ford y decidí marcharme una tarde para el pueblo. Buscaba facilitarle al posible comprador el encuentro con mi persona.
Empecé a buscar alojamiento por las casas cercanas a la jefatura, y una hora después me encontraba al final de la otra calle sin haber logrado mi propósito. Lo cual habría sido un mal menor, si el condenado carro no se me hubiera descompuesto.
“Qué gente más avinagrada… Apenas empiezo a decirles que me alquilen una habitación, cierran la puerta como si fuera yo un apestado. ¿Será posible que en todo el pueblo no exista un lugar donde pueda pasar la noche? De haber sabido que las personas por aquí eran tan hoscas, le habría entregado la venta a una inmobiliaria… Ni niños he visto jugando. Lo que me extraña es que mi papá, número uno en cordialidad, se haya amoldado entre esta gente sombría”.
De repente, mientras un aire de morgue empezaba a lamer las casas de Cayubo, se me ocurrió: “¿No sería que el cacique o mandamás de este pueblo se enemistó con mi padre… ahora, al saber que yo soy su hijo, ordenó que nadie me dé alojamiento? Siempre en estos pueblos hay un terrateniente que…”
Me dejé de conjeturas.
En caso de que algo de esto hubiera ocurrido, mi madre me lo habría advertido antes de partir para el pueblo.
Y tras esta vacilación, me encaminé hacia la jefatura. La noche se venía encima y “La Finca” no quedaba a la vuelta de la esquina.
Miré con rabia las casas que empezaban a semejar una enorme mancha, y pedí a Dios que dejara caer sobre ellas un cáncer negro. Me arrepentí al momento de tal petición: Desde una casa cercana, alguien me hacía señas para que me acercara.
Explicación:
Cayubo es un pueblo donde estuve hace unos días, por asuntos relacionados con la venta de unas tierras.
Dos largas y únicas calles dejan ver rápidamente y sin protocolo, como el se en las películas porngráficas, todo el pueblo de una sola ojeada.
Un centenar de casas blancas achaparradas, que parecen querer quitarle al transeúnte con sus barrigas de bahareque, el breve espacio de las enmontadas aceras. Tres botiquines o pulperías. Una escuela con rosas a la entrada, resecas de tanto sol. Una farmacia que se presenta en un aviso desteñido del jarabe De Witt. Y al frente, la jefatura civil con una mata de mango, debajo de la cual duerme un perro que parece muerto.
Plaza no tiene.
Cayubo es un pueblo donde las moscas, el silencio y el olor a terrón hambriento de lluvia, son una constante.
El primer día de mi llegada, después de colocar varios avisos de “venta” en algunos postes del alumbrado público, seguí camino para los terrenos que nos legara mi padre, y que él ostentosamente llamaba “La Finca”.
Pero al sexto día, cansado de aquella soledad donde lo único que abundaba era plaga y serpientes, encendí mi viejo Ford y decidí marcharme una tarde para el pueblo. Buscaba facilitarle al posible comprador el encuentro con mi persona.
Empecé a buscar alojamiento por las casas cercanas a la jefatura, y una hora después me encontraba al final de la otra calle sin haber logrado mi propósito. Lo cual habría sido un mal menor, si el condenado carro no se me hubiera descompuesto.
“Qué gente más avinagrada… Apenas empiezo a decirles que me alquilen una habitación, cierran la puerta como si fuera yo un apestado. ¿Será posible que en todo el pueblo no exista un lugar donde pueda pasar la noche? De haber sabido que las personas por aquí eran tan hoscas, le habría entregado la venta a una inmobiliaria… Ni niños he visto jugando. Lo que me extraña es que mi papá, número uno en cordialidad, se haya ara que me acercara.