obras de Hernando de la Cruz con año y ubicacion
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Respuesta:
Desde su más tierna edad dio muestras de grande ingenio y de una notable vena de poeta, y habiendo aprendido a leer y a escribir pasó a la ciudad de Lima, donde llevado más de su inclinación que obligado de la necesidad, aprendió el arte de pintar con no pequeña perfección y dejando en aquella ciudad muchos lienzos de su pincel y no pocos versos de su ingenio, partió a la ciudad de Quito donde se granjeó amigos con su apacibilidad y adquirió dinero con su arte; y cuando más divertido se hallaba en sus pensamientos, le hizo Dios abrir los ojos de su entendimiento para el desengaño y desprecio del mundo, con ocasión de que esgrimiendo con espadas blancas con un amigo, le apuntó éste y le alcanzó a uno de los ojos con que se vio a riesgo de perder no solo la vista sino también la vida; juzgando que de milagro la tenía, quiso emplearla en servicio de Dios, sin tenerla en el siglo expuesta a que algún enemigo se la quitase con la espada. Resuelto a dejar el mundo, recurrió a la Recoleta de San Diego, en compañía de una hermana suya, y después de confesarse los dos, determinaron que ella entrase al Monasterio de Santa Clara y él en la Compañía de Jesús, donde fue aceptado el 11 de abril de 1622. Al vestir el hábito de hermano jesuita tomó el nombre de Hernando de la Cruz con que es conocido en la historia. En su nuevo estado renunció a la poesía y a la esgrima– arrojó al fuego todas sus composiciones, escribió el padre Jacinto Morán de Butrón-, no así las pinturas, porque sus superiores le ocuparon en el ejercicio de pintar, a que acudió con toda prontitud y gusto. Era primoroso en este arte y cuando dibujaba el pincel en el lienzo, lo ideaba antes en la meditación y oración. A su trabajo se debieron todos los lienzos que adornaban la iglesia de la Compañía en su tiempo, así como los tránsitos y aposentos de la residencia jesuita y demás casas en la provincia.1
Por la lectura anterior se desprende que su ingreso en la Compañía de Jesús, como religioso coadjutor, fue a los treinta años de edad y que por obediencia dejó de hacer poesías, mas no así las pinturas, y enseñó a numerosos seglares españoles, criollos e indios, y entre estos últimos, a uno que después sería religioso de San Francisco.2 Por eso se ha dicho que logró formar escuela y que también tuvo entre sus oficiales al hermano Fray Domingo, lego franciscano mencionado a fines del siglo XVIII por Juan de Ascaray, quien floreció por los años 1640 y viajó cuatro años después a España, en compañía del Padre Custodio Diego Vélez.3
Por entonces el hermano Marco Guerra había completado la sacristía de la primitiva fábrica de la Iglesia de la Compañía. En el frontispicio puso un retablo de madera y en su nicho colocóse una devotísima imagen hecha por el pincel del Hermano de la Cruz, óleo de San Ignacio de Loyola, a todo color y revestido de sacerdote, en actitud de ofrendar su corazón a la Trinidad.4
Igualmente, entre sus más conocidos obras están las dos gigantescas que se hallan a la entrada del templo actual de la Compañía, tituladas El Infierno o las llamas infernales y El Juicio Final o la resurrección de los predestinados, que causaron terribles efectos psicológicos en la mentalidad supersticiosa de esa época; pues, según opinión del Padre Mercado, ambas pinturas fueron «como predicadores elocuentes y eficaces que han causado mucho bien y obrado muchas conversiones».
Ambos lienzos datan de 1620 y existieron hasta que en 1879, quizá por su avanzado estado de deterioro, fueron reemplazados por fieles copias, como consta explicado en sus reversos. En ambas creaciones se nota «una temática efectivista dirigida a demostrar los tormentos a que supuestamente son sometidas las almas de los pecadores. Es el tipo de obra artística que lleva en sí una finalidad específica de moralizar y enseñar a la manera de una obra de propaganda. En cuanto a la técnica utilizada, ésta es muy pobre y lineal, resintiéndose por la falta de profundidad de sus figuras».
De la Cruz vivió el momento máximo de tenebrismo en la colonia, donde las penitencias y las mortificaciones eran lo usual para obtener el favor divino y había que apren
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