No es alucinación, tampoco un cuento de caminos. En el valle de Yoro —uno de los edénicos parajes del trópico— del 3 al 5 de julio de cada año hay una lluvia de peces de agua dulce. Recuerdo el maravilloso fenómeno en charla con mi hermano, quien me lo ha descrito con palabras de colores marinos. Este relato lo ofrezco bajo el patrocinio del santo arcángel que, con hígado de pez, curó la ceguera de Tobías. El suceso —increíble para quienes no lo han presenciado— acaece en una llanura en que los guayabos florecen. Caen los peces en un área de doscientos metros cuadrados. Al norte, a los dos kilómetros, está la ciudad de Yoro; al sur un montículo cubierto con el pinar; al oriente, se yerguen las montañas vírgenes; y al poniente, que es hacia donde corren las aguas-lluvias, y como a unos cien metros, hay un lagunato de veinticinco metros de extensión, que solo lleva agua en invierno, y tiene escape en el arroyo que se forma con el agua desbordada de aquel y la que cae en la lluvia de peces. El día que el fenómeno se efectúa, los habitantes de la ciudad lo conocen muy bien por los grandes nubarrones negros que se forman en la cresta de la montaña de “La Flor”, los cuales van descendiendo poco a poco hasta cubrir toda la planicie e inmediatamente se desata una tormenta furiosa que dura pocos instantes. Cuando esto pasa, todo queda despejado, el sol impone su esplendor y entonces puede admirarse en la sabana a miles de peces vivos, que brincan y se empeñan en seguir los hilos de agua de la tormenta, escabulléndose entre los hierbales. Y ocurre algo sorprendente, que da color y estrépito a la escena: todas las aves que se nutren de peces acuden como si se hubieran dado cita puntual; numerosas bandadas de clarineros y de “sanates” llegan en algarabía bárbara; garzas morenas, blancas y rosadas forman remolinos, atropellándose; y los alcatraces, los “ajoquines” hambrientos, sacan su tripa de mal de año, y hasta los “pichiches” inquietos baten sus alas encendidas, como mariposas… Y comen todos, que es un contento, metiendo ruido, saciándose mientras los muchachos, después de presenciar en éxtasis el espectáculo fascinador, se apresuran a recoger los peces de gran calado, los de la carne apetecida, uniendo su bullanguería a la de los pájaros fiesteros. —Sublime instante —dice Bernardo— en que pájaros y muchachos conviven como si fueran amigotes, siendo partícipes de una ganancia caída de los cielos. Algunos peces logran escabullarse, ganando su salvación en el arroyo improvisado. En el relato desfilan con sus ojazos de agua dulce las sardinas, las mojarras, los “guapotes” blancos, los sábalos y las “olominas”. Aparecen también las famosas “sardinas papelillas” y las “guabinas” que tienen astucia singular para burlarse de sus perseguidores, pues se entierran en la arena cuando se ven acosadas y así logran despistar. —Y una vez cayó en la trifulca un tiburón jovencito. Hay que creerlo, porque yo tampoco creía en lo de la lluvia de peces —añade mi hermano.
a. Identifique y escriba los elementos sobrenaturales que aparecen en la lectura.
ayuda es para las 2:40
Respuestas a la pregunta
Contestado por
2
Respuesta: yo creo q es responsabilidad de cada uno si es que lo ven pero es sierto
respuesta:
a) v
b) v
c) f
d) v
Explicación:
mlyuli0320:
nooooooooooooooo
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