Historia, pregunta formulada por mor3akskk, hace 10 meses

necito escribir un cuento donde . hable el despues de la pandemia en la escuela secundarias y tenga ficción ​

Respuestas a la pregunta

Contestado por jddmjuanda
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Respuesta:

Mira si te sirve

Explicación:

A diario, me acerco a la ventana y pienso cómo me gustaría pedalear las calles, cierro los ojos y visualizo el camino que cada mañana tomaba para ir a la escuela.

Me distraigo, y comienzo a imaginar una gran pista de carrera, montada sobre la Avenida Beiró, el barrio entero preparado y despierto a primera hora de la mañana, y como si se tratara del Tour de France, observa desde sus veredas, ahora decoradas con guirnaldas de papel.

Luis, el panadero, que jamás lo he visto sino es detrás de su mostrador y con su delantal cubierto de harina, me grita desde la puerta vidriada en un francés nativo: Tu vas être en retard. Commencer à pédaler.

Me subo a mi bicicleta, y con el vestido más lindo, el que nunca quiero usar, por temor a rajarlo, esta vez flamea como una bandera sin engancharse en ningún lado. Recorro así una pista que me lleva directo a la Avenida Nazca, donde al llegar, la clase me espera en un eterno recreo, que yo, la recién llegada estoy a punto de cortar, con una entrada triunfal. Sacudo la cabeza, y sí, es un sueño, o algo parecido. Miro la hora en el reloj de péndulo que decora la habitación, en cinco minutos empezaré una clase a distancia.

Trato de acomodar todo, y que desde la pantalla no se note que aún no he desarmado la valija desde que volví de viaje, hace más de un mes. Intento que alguno de mis miedos no se noten cuando rondando las nueve de la mañana empiece el encuentro a través de la computadora, sin pizarrón, sin tiza, pero con la clase completa.

Somos puntuales, y, en esta oportunidad, el tráfico porteño no tiene protagonismo. Nos saludamos. Como hacíamos cada mañana, pero no hay beso, ni abrazos, ni upas. Tenemos tanto de qué hablar, llevamos casi un año y medio sin vernos. Desde sus habitaciones las familias saludan, las mascotas acompañan, intentando también unirse a la clase.

—Hoy vamos a trabajar con Quaderno di fantástica, les digo en un italiano improvisado antes de sentarme con el libro en la mano, en una especie de set televisivo que armé en la habitación en la que vivo desde que llegué, en la misma calle en la que vivía Julio Cortázar.

Les cuento que el autor del libro, era maestro y comenzó a recopilar historias que luego fue juntando en esto, su cuaderno de fantasía, en una Italia infectada con un virus casi tan peligroso como el que hoy nos tiene en vilo en nuestras casas: la guerra.

—¿Cuál guerra? ¿La primera o la segunda?, pregunta él desde una de las ventanas.

—La segunda, le respondo.

—¿No fue en Alemania?— retruca otra de las voces con tono de duda desde una habitación decorada con los colores de Boca.

—Fue en casi todo el mundo. Muchos países participaron y la sufrieron de diferentes maneras. La guerra se sufre, no se pelea, sentencio.

—Como el coronavirus, agrega él.

—¿Vos no lo tenes Seño?— pregunta ella, a quien recuerdo siempre bien peinada en el aula, pero ahora, a distancia, está en piyama mientras su mamá le alcanza un vaso de leche chocolatada.

—No, respondo. Y abriendo los ojos, y mirando de costado, dudo ya de mi respuesta.

—¿Cuándo estabas en Italia no había pasado nada?— insiste ella.

Saben que los últimos meses antes de volver a Argentina viví en un modesto edificio en un barrio de Siena, porque les envié cartas contándoles.


mor3akskk: gracias
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