Necesito las figuras literarias del poema Las fuerzas extrañas No éramos sino tres amigos. Los dos de la confidencia, en cuyo par me contaba, y el descubridor de espantosa fuerza que, sin embargo del secreto, preocupaba ya a la gente. El sencillo sabio ante quien nos hallábamos, no procedía de ninguna academia y estaba asaz distante de la celebridad. Había pasado la vida concertando al azar de la pobreza pequeños inventos industriales, desde tintas baratas y molinillos de café, hasta máquinas controladoras para boletos de tranvía. Nunca quiso patentar sus descubrimientos, muy ingeniosos algunos, vendiéndolos por poco menos que nada a comerciantes de segundo orden. Presintiéndose quizá algo de genial, que disimulaba con modestia casi fosca, tenía el más profundo desdén por aquellos pequeños triunfos. Si se le hablaba de ellos, concomíase con displicencia o sonreía con amargura. —Eso es para comer —decía sencillamente. Me había hecho su amigo por la casualidad de cierta conversación en que se trató de ciencias ocultas; pues mereciendo el tema la aflictiva piedad del público, aquellos a quienes interesa suelen disimular su predilección, no hablando de ella sino con sus semejantes. Fue precisamente lo que pasó; y mi despreocupación por el qué dirán debió de agradar a aquel desdeñoso, pues desde entonces intimamos. Nuestras pláticas sobre el asunto favorito fueron largas. Mi amigo se inspiraba al tratarlo, con aquel silencioso ardor que caracterizaba su entusiasmo y que sólo se traslucía en el brillo de sus ojos. Todavía lo veo pasearse por su cuarto, recio, casi cuadrado, con su carota pálida y lampiña, sus ojos pardos de mirada tan singular, sus manos callosas de gañán y de químico a la vez.
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La tarea decisiva de Borges consistió en escribir no sólo contra Lugones sino después de él. Quizás por ello, cultivó, con excepción de algunos textos de 1920, una estética autónoma. Por su parte, con una concepción heterónoma de la práctica literaria, Lugones recorrió un amplio espectro ideológico, con algunos momentos felices y otros desdichados.
2 María Teresa Gramuglio estudia las imágenes de escritor en la producción de Lugones. Respecto de la (...)
2Una voluntad omnímoda se vislumbra en las formas en que se inscribe el sujeto en los géneros transitados. El sujeto se hace plural ocupa una cantidad de posiciones.2Los gestos son elocuentes desde el inicio: milita con voz tronante en el periódico La Montaña (1897) ; se convierte en poeta épico en La guerra gaucha (1905) ; ejerce el oficio de crítico literario, constructor de la nacionalidad y del canon literario en El payador (1916) ; practica el análisis cultural en numerosos estudios helénicos, destaca condiciones de poeta modernista en Los crespúsculos del jardín (1905) y adelantado vanguardista en Lunario sentimental (1909), de sus incursiones como biógrafo e historiador resultan Historia de Sarmiento (1911) y El imperio jesuítico (1904). A menudo, la tarea intelectual asume, en el espacio literario, la figura de escritor que se convierte en profeta en Las montañas del oro (1897) y se hace depositario de secretos amorosos o esotéricos en El ángel de la sombra (1926). No obstante este principio de profusión, la imagen de poseedor y develador de lo oculto se sobreimprime a las demás de modo que ella organiza la lógica textual que ilustra, por ejemplo, El ángel de la sombra mediante los personajes de Suárez Vallejo y de Lugones, una dupla especular, en muchos aspectos.
3 Simmel define la función del secreto en la sociedad: “El secreto en este sentido, el disimulo de ci (...)
4 Dice Canetti: “Buena parte del prestigio de que gozan las dictaduras se debe a que se les concede l (...)
3“El secreto contiene una tensión, que se resuelve en el momento de la revelación”, dice Simmel (Simmel: 1986, p. 381)3. El camino hacia ese momento final constituye la forma narrativa por excelencia. El secreto es motor de la acción en varios tipos de textualidades: núcleo en la narración sentimental, pero también en el género gótico, el policial y el fantástico. Simmel afirma: “El secreto comunica una posición excepcional a la personalidad ; ejerce una atracción social determinada, independiente en principio del contenido del secreto, aunque, como es natural, creciente según que el secreto sea más importante y más amplio” (Simmel: 1986, 380). En algún sentido, estas ideas se articulan con las reflexiones de Canetti cuando ve en el secreto uno de los atributos del poder. El poder protege su identidad contra toda mirada invasora escudándose en el secreto.4
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