narra el segundo relato de la creacion
Respuestas a la pregunta
Hay en el siguiente capítulo otra versión del proceso creativo en que no se distinguen días ni etapas, porque su interés radica en la actividad del Hombre y su modo de responder al Creador que ha hecho todo para su bien. En este resumen, más teológico, Dios forma primero al Hombre (sin la mujer) del barro, en un mundo árido, sin lluvia ni hierba ni ser viviente alguno, modelando su cuerpo con sus manos, como un escultor que hace una imagen humana con maestría sublime. Dios infunde luego un “soplo de vida”, un aliento que convierte a la estatua inerte en ser viviente. No hay alimento para ese ser humano aislado, solitario, “por no haber llovido Yahvé sobre la tierra ni haber Hombre que la labrase” antes de que él exista. Una vez que existe el Hombre, Dios produce el entorno paradisíaco donde puede vivir feliz, “con árboles hermosos a la vista y de frutos sabrosos al paladar”, uniendo belleza y utilidad, culminando en el “árbol de la vida” (fuente de inmortalidad) y en el de la “ciencia del Bien y el Mal” como prueba de su fidelidad y sumisión al Creador.
Dos modos de completar el relato de nuestro origen son especialmente significativos en esta segunda versión:
Se afirma que el Hombre no está hecho para una existencia en soledad: es persona y necesita relaciones personales. Primeramente, Dios hace desfilar ante Adán a todos los animales del campo y del cielo, formados también del barro después de Adán y él ejerce dominio sobre ellos asignándoles un nombre adecuado (conociéndolos y determinando su proceder, pues el nombre – en el modo de pensar hebreo- indica lo que va a ser quien lo recibe: recordemos a Cristo dando un nuevo nombre a Simón Pedro).
Pero entre todos los animales no se encuentra ninguno semejante al Hombre, por muy parecido que sea su aspecto físico. Antes se ha insistido en que el Hombre está hecho a semejanza de Dios –a pesar de que Dios no tiene descripción alguna que indique forma corporal- y ahora se niega la semejanza a seres que corporalmente no parecen muy distintos. Es una forma sencilla, pero profunda, de resaltar de nuevo la dignidad humana, basada en su racionalidad.
En segundo lugar, la mujer no se forma del barro independientemente, sino que es “carne y hueso” del varón, de la intimidad cercana al corazón de Adán. Es esta relación original la que garantiza la unidad del género humano y establece también a la mujer como compañera adecuada del varón -no como una animal doméstico- con una mutua atracción que será superior aun a los lazos de dependencia respecto a los padres de cada uno.
Cristo hará callar a los que le preguntan sobre la práctica Mosaica del divorcio citando la norma bíblica “serán dos en una sola carne” y dando claramente la consecuencia del matrimonio indisoluble: “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”. Solamente en esta enseñanza de Cristo se mantiene la dignidad sagrada de cooperar con Dios para que tengan vida en un entorno adecuado quienes van a ser también “hijos de Dios” siéndolo de quienes en amor se entregan mutuamente.
La familia es la unidad básica de toda estructura político-social, y -como afirmó ante las Naciones Unidas Juan Pablo II- “la sociedad es para la persona individual, no al revés”. Solamente el ser humano es “imagen y semejanza de Dios” con un destino eterno que le afecta en su persona, independientemente de consideraciones políticas o económicas de cualquier tipo. Nunca es lícito el rebajar a nadie al nivel de “cosa” útil para el progreso científico ni para otros fines que atentan contra sus derechos, dados por el Creador, no por entidades artificiales, sean democráticas o tiránicas.
Nada tiene que aportar la ciencia a estas consideraciones teológicas, pero sí admite como indudable que la especie humana es una, que todos los miembros de la especie tienen igual naturaleza racional y son igualmente sujetos de derechos y deberes, y que el Hombre está hecho para vivir en sociedad.
Sería equivocado el tomar la prohibición de comer el fruto del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal como una limitación del deseo de conocer que es parte de la naturaleza racional, ansiosa siempre de Verdad, Belleza y Bien. En el modo de hablar semítico, “conocer” tiene con frecuencia el significado de “dominar”, incluso cuando el varón “conoce” a su esposa cuando se une con ella para la procreación. Y en ambientes paganos de la época –y aun en ritos mágicos de nuestros días- simplemente el conocer el nombre de un agente sobrehumano parece ser la clave para poder controlarlo y exigirle favores. Es este conocer el que se prohíbe a Adán bajo pena de perder su inmortalidad, pues el intentar obtener tal control sobre Dios será una rebelión de independencia en actitud de igualdad, no de sumisión propia de la criatura. Ni puede el Hombre por sí mismo erigirse en norma arbitraria del Bien y el Mal.