naciones o países qué sé convirtieron en los principales enemigos de Francia
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Ya en 1791, el resto de las monarquías europeas observaron con preocupación el desarrollo de los acontecimientos en Francia, y consideraron la conveniencia de intervenir, ya fuera en apoyo de Luis XVI o bien para sacar provecho del caos en el país. El principal protagonista fue Leopoldo II, hermano de María Antonieta, que inicialmente vio la Revolución con ecuanimidad, pero que se vio cada vez más perturbado por la progresiva radicalización de esta, aunque a pesar de ello esperaba evitar la guerra. El 27 de agosto, el rey Leopoldo y Federico Guillermo II de Prusia, asesorados por nobles franceses exiliados, publicaron la Declaración de Pillnitz, que expresaba el interés de las monarquías europeas por el bienestar de Luis y su familia, y amenazaban vagamente con severas consecuencias si algo les sucediese. Aunque Leopoldo vio la Declaración de Pillnitz como una vía de acción que le evitaría tomar acciones contra Francia, al menos por el momento, esta fue tomada en Francia como una seria amenaza por los líderes revolucionarios.
Además de las diferencias ideológicas entre Francia y las potencias monárquicas de Europa, había continuas disputas sobre los estados Imperiales en Alsacia, y los franceses se fueron preocupando por la agitación producida por los nobles exiliados, especialmente en los Países Bajos austriacos y los pequeños estados de Alemania.
Al final, fue Francia quien declaró la guerra a Austria, con el voto en la Asamblea a favor de la guerra el 20 de abril de 1792, tras una larga lista de agravios pasados presentada por el ministro de exteriores Charles François Dumouriez. Dumouriez preparó una invasión inmediata de los Países Bajos austriacos, donde esperaba obtener el apoyo popular contra el dominio austriaco.
Sin embargo, la Revolución había desorganizado el ejército, y las fuerzas movilizadas eran insuficientes para una invasión. Los soldados flaqueaban al primer signo de batalla, desertando en masa y en algunos casos, asesinando a sus generales.
Mientras el gobierno revolucionario movilizaba tropas de refresco y reorganizaba sus ejércitos, un ejército aliado prusiano bajo el mando del Duque de Brunswick se reunía en Coblenza, en el Rin. En julio comenzaba la invasión, con los ejércitos de Brunswick tomando con facilidad las fortalezas de Longwy y Verdún.
Brunswick decretó la proclamación escrita por el exiliado Louis Joseph, príncipe de Condé, declarando su intento de restaurar al rey todos sus poderes y amenazando a toda persona que osara oponerse a ser declarada como rebelde y condenada a muerte por la ley marcial. Esto tuvo el efecto inmediato de motivar a los ejércitos revolucionarios y el gobierno a oponerse con todos los medios a su alcance, y provocó el derrocamiento del rey en un asalto al Palacio de las Tullerías.
La invasión continuó, pero en la Batalla de Valmy, el 20 de septiembre se llegó a una situación de estancamiento entre Dumouriez y Kellermann, en la cual se distinguió la actuación profesional de la artillería francesa. Aunque la batalla supuso un empate táctico, elevó la moral francesa. Más aún, los prusianos, que vieron cómo la campaña se prolongaba más de lo planeado, y debido al alto coste de la misma, decidieron retirarse de Francia para conservar su ejército.
Mientras tanto, los franceses habían tenido éxito en muchos otros frentes, ocupando Saboya y Niza, en Italia, mientras el general Adam Philippe, Conde de Custine, invadía Alemania, muchas ciudades a lo largo del Rin, y llegaba hasta Fráncfort. Dumouriez se lanzó a una ofensiva sobre Bélgica de nuevo, obteniendo una gran victoria sobre los austriacos en la Batalla de Jemappes, el 6 de noviembre, y ocupando por completo el país al principio del invierno.
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