Monólogo sobre Julieta
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
¡Pobre de mí! ¡Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? ¿Por qué no renuncias al nombre de tus padres? Y si careces de valor para tanto, ámame, y no me tendré por Capuleto.
Acaso no eres tú mi enemigo. Es el nombre de Montesco, que llevas. ¿Y qué quiere decir Montesco? No es pie ni mano ni brazo ni rostro ni fragmento de la naturaleza humana. ¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, tampoco dejaría de esparcir su aroma, aunque se llamara de otra manera. Asimismo mi adorado Romeo, pese a que tuviera otro nombre, conservaría todas las buenas cualidades de su alma, que no las tiene por herencia. Deja tu nombre, Romeo, y a cambio de tu nombre que no es cosa esencial, toma toda mi alma.
¿Y quién eres tú que, en medio de la oscuridad de la noche vienes a sorprender mis secretos? Contadas expresiones he oído de esa boca, no obstante te reconozco. ¿No eres Romeo? ¿No eres de los Montesco? ¿Cómo has llegado hasta este sitio, y cuál es tu propósito? Los muros de esta puerta son altos y no se pueden escalar; aquí podrías encontrar la muerte, siendo quien eres, si alguno de mis familiares te encontrara.
Te matarán si te encuentran aquí. Daría un mundo porque no te hallaran. ¿Y quién te condujo hasta aquí?
Si no me cubriera el manto de la noche, el rubor de virgen invadiría mis mejillas, rememorando las palabras que en esta noche me has escuchado. Inútilmente quisiera corregirlas o desmentirlas... ¡Resistencias inútiles! ¿Me amas? Tengo la seguridad de que responderás que sí, y yo lo creeré. No obstante, podrías olvidar tu promesa, porque comentan que Jove se ríe de las deslealtades de los amantes. Si me amas en verdad, Romeo, manifiéstalo con franqueza, y si piensas que soy fácil y me rindo a la primera súplica, dímelo también, para que me ponga huraña y enfadada, y así debas suplicarme. Te quiero mucho, Montesco, mucho, y no creas que soy ordinaria, antes he de ser más firme y constante que aquellas que parecen altaneras debido a que son astutas. Te confesaré que más fingimiento hubiera guardado contigo, si no me hubieras escuchado aquellas palabras que, sin pensarlo yo, demostraron toda la pasión de mi corazón. Perdóname, y no juzgues como ligereza este rendirme tan pronto. La soledad de la noche lo ha provocado.