mito guarani del fuego
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Mito guaraní del Fuego
Al principio de los tiempos, solo había neblina y vientos feroces. En medio de ese caos primigenio, torbellino de tinieblas y viento y desolación, Ñamandú- también llamado Ñande Ruvusú, o Ñande Ru Pa Pa Tenondé (Nuestro Padre Último Primero)- se creó a sí mismo.
Inmediatamente después creó la palabra, pues concibió el
origen del lenguaje humano e hizo que formara parte de su propia divinidad.
Habiendo creado el fundamento del lenguaje humano, reflexionó
profundamente
sobre a quién hacer partícipe de su creación, ya que él la consideraba como
una
porción de amor. Después de reflexionar largamente, creó a quienes serían sus
compañeros en la divinidad: a los dioses principales para que lo ayudaran en
su tarea
creadora. A continuación se realizó la creación de la Tierra y fue entonces el
momento para que pudiera hacer su aparición el hombre, al que el dios le
otorgó la
maravilla de la palabra, la cual le permitió -y aún le permite- vivir de acuerdo
con su naturaleza.
Aunque había creado a Karaí, el dueño de la llama y del fuego solar, y aunque
estuviera iluminado por el reflejo de su propio corazón, el Padre Primero no
tenía
poder sobre el fuego terrenal. Por aquel entonces, los dueños del fuego eran
unos
seres gigantes, oscuros y malvados, crueles y egoístas, que usaban el fuego
para
cocinar a los hombres que cazaban. Ñamandú comprendió que no era bueno
para los
hombres seguir comiendo carne cruda. Además, si podía conseguir el fuego
para
ellos, podrían sentarse a su alrededor, calentarse en las noches de invierno,
iluminarse y contar cuentos. Por eso decidió ayudar a los hombres…
Para tener éxito en su objetivo, el Padre Primero convocó a Cururú, un sapo
tan
verde como la hierba y tan valiente como el corazón del propio Ñamandú. Lo
eligió
por su oportuno color, por su valentía y porque además era muy bueno
atrapando
cosas que volaran por el aire. Viajaron juntos hasta las altas montañas donde
vivían
los gigantes y al llegar, se regocijaron con el color y las danzas de las llamas.
Entonces Ñamandú tomó aspecto humano y se dejó atrapar por los temibles
comegentes mientras Cururú se quedaba muy quieto escondido entre la verde
hierba.
Los gigantes se alegraron de haber recibido tanta comida sin tener que hacer
ningún esfuerzo e inmediatamente armaron una fogata para cocinar al
disfrazado
dios.
Estaban tan contentos con su buena suerte que bailoteaban y palmeaban
dando un espectáculo que casi hizo tentar de risa al pobre sapo.
Cuando estuvo cubierto por las brasas, el dios aprovechó la distracción de los
gigantes, dio una patada y salieron volando, cientos de piedritas encendidas.
Cururú
estaba muy atento, oculto entre la hierba verde, tan verde como él mismo, y
atrapó
una brasa con su boca sin que los gigantes se dieran cuenta de nada.
Inmediatamente, y en absoluto silencio, emprendió la retirada tan contento que
casi
perdió la brasa en el camino.
Al ver la rápida huida de Cururú, el Primer Padre se levantó de la hoguera, por
supuesto sin ninguna quemadura- y ante el asombro de los malvados gigantes
que
recuperaron la compostura en un segundo, salió corriendo del lugar tras
Cururú.
Cuando ambos se encontraron y estuvieron bien lejos, Ñamandú recobró su
aspecto
y le pidió al sapo que le fuera a buscar su arco y sus flechas. Entonces
encendieron la punta de la flecha con la brasa y la arrojaron a un árbol de
laurel. El árbol no se quemó porque el fuego quedó atrapado dentro de la
madera como un corazón
ardiente.
Después, el Padre Primero llamó a los hombres y les enseñó cómo hacer
fuego: bastaba con cortar un trozo de árbol del laurel, realizarle un agujero y
hacer
girar allí con las manos y con mucha rapidez una flecha para que salieran
chispas y
con ellas encender hojas y ramas hasta formar llamitas tan coloridas y
bailadoras
como las de los gigantes.
Mientras tanto los comegentes, muy enojados, habían salido a perseguir a los
ladrones. Pero esos seres gigantes, oscuros y malvados, crueles y egoístas,
que
habían usado el fuego para cocinar a los hombres que cazaban fueron
convertidos
por el dios en unos pájaros negros destinados a comer solo carroña: los
cuervos.
A partir de entonces, los guaraníes pueden cocinar sus alimentos, reuniéndose
alrededor del fuego, calentarse en las noches del invierno, iluminarse y contar
cuentos. Todo, gracias a la preocupación luminosa de Ñamandú y a la valentía
y
verde generosidad de Cururú
eso es todo espero que te ayude