Miles de letras de canciones hablan del desamor, de la ambigua necesidad de recordar y de olvidar
que surge cuando fracasa una relación amorosa. También, es cierto, lo hacen muchas películas. Pero
pocas logran captar esa dolorosa transición de la manera tan tierna y exquisita con que lo hacen
Michel Gondry y Charlie Kaufman en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos.
Tomando en cuenta lo difícil que resulta expresar en cine algunos conceptos de desgarro amoroso
reiterados en canciones, Kaufman y Gondry consiguieron armar un dispositivo cinematográfico
fantástico para poner en escena esas emociones y transformar al filme en una conmovedora elegía
sobre un amor que, literalmente, se esfuma, se escapa, se desvanece... pero no desaparece del todo.
"Si le preguntas a un melancólico que lo hace sentirse triste, te contestará 'No tengo la menor
idea'. En eso reside la infinitud de la melancolía", escribió Kierkegaard en una definición que le
cabe a la perfección a Joel, encarnado por un Jim Carrey cuya introspección resulta angustiante. El
filme arranca con Joel levantándose de la cama y bajándose de un tren para encontrar, en la playa, a
una chica llamada Clementine (Kate Winslet, maravillosa) con la que inicia una relación. En una
vuelta de tuerca cuya lógica se revelará luego, pasaremos directo al fin de esa relación: Joel en un
auto, llorando, tras una brutal despedida.
Poco después, cuando Joel vaya a visitarla a su trabajo con intención de reconciliarse, se topará
con la sorpresa de que ella no lo reconoce. Y que, para peor, ya está en pareja con otro. Llevando lo
metafórico a un terreno fantástico, Joel se enterará de que Clementine lo borró de su memoria
mediante un proceso tecnológico que permite seleccionar recuerdos desagradables y eliminarlos.
Dolorido, Joel decide someterse al mismo tratamiento; y el filme narrará ni más ni menos que el
proceso por el cual Clementine se va borrando de la memoria de Joel, comenzando por los últimos,
difíciles días, hasta llegar al romántico comienzo. Se sucederá, en orden cronológico inverso, la
vida de la pareja, hasta un punto en el que Joel descubrirá que hay cosas de ella que no quiere
perder. Pero, claro, el proceso de borrado ya comenzó, y no hay nada que Joel pueda hacer. ¿O sí?
Llevar a sus personajes a navegar por los lugares más oscuros y recónditos de su subconsciente es
casi la marca de fábrica de los guiones de Kaufman, desde ¿Quieres ser John Malkovich? a El
ladrón de orquídeas. Siempre balanceándose entre lo cerebral y lo sensible, entre lo
exageradamente rebuscado y lo reconocible, entre lo absurdo y lo melancólico, Kaufman consigue
aquí su texto más desnudo y emotivo, en el que desaparecen las sesgadas referencias a la cultura
pop para dar lugar a una historia desgarradora que logra ser triste y esperanzada a la vez.
Como si un director de abundante imaginación visual y un guionista a la altura de sus
pretensiones se propusieran crear la trama perfecta para adaptar al cine la idea nietzscheana del
"eterno retorno", el filme se ubica a mitad de camino entre una "comedia de rematrimonio" clásica
del Hollywood de los 30 (aunque en clave algo más dramática) y un tracto existencialista filmado
por el Alain Resnais de Muriel. Kaufman y Gondry (director al que, como se ve en sus videoclips,
parte 1 entren a mi perfil que esta la parte 2
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