mensaje del laudato si del papa francisco
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Dirijo un cordial saludo a los organizadores y a los participantes en el II Foro de las Comunidades Laudato si’, que se celebra en un territorio devastado por el terremoto que sacudió el centro de Italia en agosto de 2016 y que más que otros ha pagado n un precio muy alto en número de víctimas.
Es un signo de esperanza el encontrarse precisamente en Amatrice, cuya recuerdo llevo siempre en el corazón, teniendo como tema los desequilibrios que devastan nuestra "casa común". No solo es un signo de cercanía a tantos hermanos y hermanas que aún viven en el vado entre el recuerdo de una tragedia terrible y la reconstrucción que tarda en despegar, sino que expresa también la voluntad de que resuene fuerte y claro que los pobres pagan el precio más alto de la devastación ambiental. Las heridas infligidas al medio ambiente son heridas inexorables para la humanidad más indefensa. En la Encíclica Laudato si ’escribí:« No habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología"(n. 118).
Después de haber tratado el año pasado el tema del plástico que asfixia a nuestro planeta, hoy reflexionáis sobre la grave y ya no sostenible situación de la Amazonía y de los pueblos que la habitan. Os inspiráis así en el tema del Sínodo de los Obispos que se celebrará el próximo mes de octubre para la región panamazónica y del cual recientemente se presentó el Instrumentum laboris.
La situación en la Amazonia es un triste paradigma de lo que está sucediendo en muchas partes del planeta: una mentalidad ciega y destructiva que prefiere el beneficio a la justicia; destaca la actitud depredadora con que el hombre se relaciona con la naturaleza. ¡Por favor, no os olvidéis de que la justicia social y la ecología están profundamente interconectadas! Lo que está sucediendo en la Amazonía tendrá repercusiones a nivel planetario, pero ya ha postrado a miles de hombres y mujeres despojados de su territorio, que se han convertido en extranjeros en su propia tierra, depauperados de su propia cultura y tradiciones, rompiendo el equilibrio milenario que unía a aquellos pueblos con su tierra. El hombre no puede ser un espectador indiferente ante esta destrucción, ni la Iglesia puede permanecer en silencio: el clamor de los pobres debe resonar en su boca, como ya evidenciaba San Pablo VI en su Encíclica Populorum progressio.
Promovidas por la Iglesia de Rieti y Slow Food, las Comunidades Laudato Si’ se comprometen no solo a hacer que resuene la enseñanza propuesta en la encíclica del mismo nombre, sino a fomentar nuevos estilos de vida. En esta perspectiva pragmática, deseo entregaros tres palabras.
La primera palabra es doxología.
Ante el bien de la creación y especialmente ante el bien del hombre que es la cima pero también el custodio de la creación, es necesario asumir la actitud de alabanza. Ante tanta belleza, con admiración renovada, con ojos infantiles, debemos ser capaces de apreciar la belleza que nos rodea y de la cual está tejido también el hombre. La alabanza es fruto de la contemplación, la contemplación y la alabanza llevan al respeto, el respeto se convierte casi en veneración frente a los bienes de la creación y de su Creador.
La segunda palabra es eucaristía.
La actitud eucarística ante el mundo y sus habitantes sabe cómo captar el estatuto de don que cada ser viviente porta consigo. Todo se nos da de forma gratuita, no para ser depredado y fagocitado, sino para que se convierta a su vez en don para compartir, don para entregar para que la alegría sea para todos y sea, por ello, más grande.
La tercera palabra es ascesis.
Toda forma de respeto surge de una actitud ascética, es decir, de la capacidad de saber renunciar a algo por un bien mayor, por el bien de los demás. La ascesis nos ayuda a convertir la actitud depredadora, siempre al acecho, para asumir la forma del compartir, de una relación ecológica, respetuosa y educada.
Espero que las Comunidades Laudato si’ sean el germen de una forma renovada de vivir el mundo, de darle futuro, de preservar su belleza e integridad para el bien de todos los seres vivos, ad maiorem Dei gloriam.
Os doy las gracias y os bendigo de todo corazón. Rezad por mí.
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