Mencione 3 semejanzas entre la literatura de la emancipación y el romanticismo latinoamericano
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6Otro asunto a tener en cuenta: «en el siglo XIX la historia fue un ejercicio de los hombres de letras. En esta época en América Latina no se definió de manera precisa el ejercicio de la historia como un ámbito distinto al de la literatura» –afirma Betancourt Mendieta en su artículo «La nacionalización del pasado. Los orígenes de las historias patrias en América Latina» (Betancourt Mendieta, 2003: 83)– y tiene razón. Tanto historia como literatura se concibieron con finalidad pedagógica, al servicio de la comunidad, para formar ciudadanos en las nacientes repúblicas necesitadas de refrendo. Al respecto González Stephan advierte sobre:
Emancipación y búsqueda de identidad: los hombres de letras del XIX, primera configuración de un canon
11Como es bien sabido, de los avatares de la Colonia se desgaja un primer y tradicional perfil de la literatura hispanoamericana destinado a configurar su canon: una literatura en lengua española, ligada y dependiente desde su origen al binomio cultura/literatura trasatlántica (Caballero, 1997). Los autores consagrados –Sor Juana Inés de la Cruz o Sigüenza y Góngora…– lo serán por referencia a la metrópoli. Porque el canon prima los valores «lenguaje escrito, castellano, metrópoli, blanco y culto»… aunque la hispanoamericana sea una literatura híbrida, mestiza, en consonancia con la política de cruzamiento de la corona. Lo indígena –si bien minoritario, presente en figuras excepcionales como el Inca Garcilaso o el Lunarejo– aporta una lengua sustrato y una cultura, cuyos puntales son la cosmovisión religiosa y la oralidad, generadores de una serie de sincretismos responsables del carácter abigarrado, barroco que se viene percibiendo desde la Colonia. «Literatura española escrita en América» –así la ven los peninsulares–, va generando un humus propio que se plasma en ciertos temas de sello peculiar: el indio, buen salvaje; la fascinación –deslumbramiento/terror– ante la naturaleza americana; o el resquemor criollo ante las prerrogativas de los españoles… En definitiva, el americanismo que –como dijera Emilio Carilla– va surgiendo lenta pero implacablemente, en oleadas cuyos diversos matices enriquecen esa nueva realidad.
12Sobre este telón de fondo, implícito en ocasiones, actuarán los hombres de la independencia –próceres, historiadores, literatos…–, balanceándose entre dos perspectivas identitarias: la unidad, que pervive en el sueño de Bolívar y la explosión de nacionalidades de las futuras patrias:
13Previsiblemente, la declaración de la independencia literaria –Pedro Henríquez Ureña dixit– no podrá completarse hasta la segunda generación romántica. No son suficientes las declaraciones en este sentido y la Alocución a la poesía (1823) de A. Bello, con su invitación a la musa a volver los ojos a la joven América como motivo poético –aunque sin haber conseguido abandonar los moldes clásicos, silva y didactismo incluídos–, lo pone de manifiesto. Como también lo subraya la problemática que afecta a la primera generación romántica, la del 37, que ve lastrado su ideal de independencia literaria por el influjo de los modelos franceses, algo que la crítica subrayó con acierto desde Zum Felde. Habrá que esperar a la segunda mitad del diecinueve y en concreto al Martín Fierro (1872 y 1879), de Hernández, para considerar la independencia como una realidad: al asumir la lengua popular como canon literario aceptable, certifica la mayoría de edad de esa misma literatura –Ángel Rama dixit.