Religión, pregunta formulada por misbendicionesdejesu, hace 6 meses

Menciona acciones que puedes realizar para fomentar el importante rol de la mujer en la iglesia y la sociedad.

Respuestas a la pregunta

Contestado por davidcampde
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Respuesta:

La participación de las mujeres en la vida de la Iglesia está todavía lejos de ser plenamente efectiva. Es una cuestión abierta. Podría parecer que el progreso de la sociedad civil, donde las mujeres asumen cada vez más papeles de responsabilidad, podría dictar la necesidad de un cambio en la Iglesia. En realidad esta es sólo una razón adicional, o si se quiere, un motivo de acicate. En realidad, la razón fundamental para exigir un cambio en la Iglesia es mucho más profunda y tiene otra naturaleza.

No se trata de una cuestión de más o menos democracia, porque la Iglesia no es una democracia. La Iglesia, en cuanto comunidad visible y comunidad espiritual al mismo tiempo -como nos recuerda la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen Gentium– constituye «una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino» (cfr. n. 8). En consecuencia, tratándose de una sociedad divino-humana, las razones que justifican y que se pueden exigir una verdadera participación de las mujeres en la Iglesia son de naturaleza teológica: es decir, que se deben buscar dentro de la fe y no fuera.

Bautismo, vocación y misión son los tres principios fundamentales alrededor de los cuales se condensan estas razones de carácter teológico. El que recibe el bautismo, sea hombre o mujer, se convierte en parte de la Iglesia, en un miembro con derechos y deberes, que participa de la única vocación a la santidad, así como de la misma misión eclesial. El Concilio Vaticano II nos recuerda que «es común la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad. No hay, de consiguiente, en Cristo y en la Iglesia ninguna desigualdad por razón de la raza o de la nacionalidad, de la condición social o del sexo, porque «no hay judío ni griego, no hay siervo o libre, no hay varón ni mujer. Pues todos vosotros sois «uno» en Cristo Jesús» (cfr. Lumen Gentium, 32).

Para la mujer, al igual que para cualquier otro miembro de la Iglesia, el derecho inalienable a participar plenamente en la vida de la Iglesia deriva del bautismo: por eso hablamos de «igualdad bautismal”. El Concilio no consideró necesario elaborar una teología ad hoc para las mujeres, bastando la del bautismo. De este derecho ha hablado explícitamente el Papa Francisco, en un discurso reciente, afirmando: «El papel de la mujer en la Iglesia no es feminismo, ¡es un derecho! Es un derecho de bautizada con los carismas y los dones que el Espíritu ha dado. No hay que caer en el feminismo, porque esto reduciría la importancia de una mujer” (Discurso a la UIG, 12 de mayo de 2016). El Pontífice advertía de un común error de perspectiva, que reduce el rol de la mujer en la Iglesia a la cuestión feminista.

También es inadecuado el intento por demostrar la necesidad de una mayor participación de la mujer partiendo de su carácter esponsal y materno. Esta visión es fruto de una interpretación parcial de Mulieris dignitatem (1988). La lectura reductiva del documento de san Juan Pablo II, ha provocado, dehecho, que no se diera ningún cambio sustancial en la Iglesia, y que se favorecieran formas de marginación, como si la participación de la mujer en la Iglesia se pudiera resolver con la imagen arcaica y angelical de la mujer sometida y silenciosa. No sólo las mujeres del Evangelio, sino también personalidades de la talla de Catalina de Siena, Teresa de Ávila, Ildegard von Bingen, Edith Stein y muchas más, son la prueba más inmediata de lo contrario, es decir, de aquel protagonismo saludable del que la mujer ha sido capaz, que incide fuertemente sobre la vida de la Iglesia, si bien con los modos propios de cada época.

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