MEMORIA SIN TIEMPO, de Maibell Lebrón
El niño cruzó la vía riendo; los cabellos le chicoteaban la cara desordenados por la ráfaga; contempló, aturdido, el largo desfilar de la masa oscura, silbante, hasta que se perdió en la trocha. Entonces pudo verla; silenciosamente, se puso a recoger los pedazos de su madre. Tenía cuatro años: no volvió a pronunciar palabra.
-Jorgito, ¿quieres un pedazo de torta?
La mano se abría, obediente, mientras la mirada aleteaba entre los juguetes como un pájaro asustado, sin posarse en ninguno. Tal vez el pinocho de madera, con su larga nariz roja, era lo más parecido a un amigo en ese mundo oculto y neutro. Se dejaba vestir, comía a desgano, caminaba sin prisa, midiendo la pieza en continuo andar, lejos de todo, ignorando al padre ansioso y siempre ilusionado en escuchar el sonido de su voz, buscando su reacción a la caricia, al juguete ruidoso, a los cuentos repetidos.
Era hermoso: un cofre cerrado de pálido terciopelo cuya llave seguía perdida entre las vías del tren.
Es difícil ser niñera de este chico. Si pudiera hacer algo no sé Dios mío será siempre así. Es tan lindo y se está poniendo grande. Dos años es mucho tiempo parece uno de sus juguetes electrónicos; camina, duerme lo llevo a paseo no se rebela contra nada. Los días negros son horribles. Una vez estuvo toda la semana acurrucado en un rincón como flotando en el tiempo los deditos escarbaban los rayos de luz en búsqueda de algo imposible cansado a la noche se enroscaba sobre el suelo frío tanteando las baldosas hasta quedar dormido. Mejor verlo dormido esos ojitos opacos duelen más que su silencio. Él nos conoce, yo lo sé pero no tiene interés en descubrirnos sólo sus fantasmas le hacen compañía. Súbitamente sonríe. Cuál será el motivo. Por suerte se acaba el invierno desde mañana lo sacaré al jardín.
Amaneció radiante y tibio, José, el anciano jardinero, mimaba a sus plantas contándoles de la primavera: que las podaba para hacerlas más bellas; que llenarían el parque de fragancias, colibríes y abejas zumbonas. Empujó la carretilla llena de fertilizantes y estacas hasta instalarse frente a un macizo de crisantemos. A su lado, en una banqueta, sentaron al muchachito.
El viejo hurgaba con la horquilla entre las plantas; de pronto dejó la herramienta; en sus dedos temblones sostenía una lagartija lustrosa, inquieta. Se acercó; la puso delicadamente sobre el muslo del niño; un leve estremecimiento delató el contacto; recogió la mirada, perdida en la copa de los árboles, para posarla en el animalito que, liberado, escapaba reptando sobre su pierna hasta perderse en el follaje. La mano áspera limpió de tierra la piel sonrosada y luego volvió al trabajo, en un silencio de dos.
Se hizo costumbre la visita al parque: él mismo se ubicaba en la sillita, dejando resbalar sus pupilas lacias en las cosas que lo rodeaban. El jardinero descubría, cada tarde, una ofrenda vegetal o animada para su mudo acompañante.
Cortó del tallo la fragante corola azulina, de recios estigmas y suaves filamentos purpurinos que remedaba la corona de espinos; se lo contaba con un decir lento, cascado. O llenaba de flores las manos indiferentes, que dejaban caer los pétalos deshechos; o le ofrecía cucuruchos de papel, repletos de jazmines, como embriagador convite de palomitas de maíz.
Aquel día, fue una rana. Ella pegó sus patitas de payaso en el pecho desnudo; de los cráteres dormidos brotaron destellos subterráneos; con ademán posesivo, trató de alcanzarla pero ya la ranita nadaba en la piscina. La cara rugosa se contrajo; con palabras serenas, pausadas, le prometió buscarla. Se sacó la camisa, en un esfuerzo olvidado dejó a sus carnes fláccidas hundirse en el agua, y apresó la palpitante criatura en el cuenco de las manos.
El niño se había levantado del taburete, con sus ojos de ceniza convertidos en ascuas chispeantes. Extendió los brazos exigentes, un gorgoteo extraño le colmó la garganta, y el sonido estridente de una pequeña voz hendió la tarde: -Dame, José, dame mi ranita.
José le entregó el bichito milagroso, borroneado por el tibio tumulto de sus lágrimas.
A PARTIR DE LA LECTURA DE “MEMORIA SIN TIEMPO”, ENCIERRA EN CÍRCULO LA ÚNICA RESPUESTA CORRECTA:
1- El sinónimo contextual de trocha es:
a. Estación
b. Andén
c. Vagón
d. Coraza
2- La expresión equivalente a “súbitamente sonríe” es:
a. Alegremente ríe
b. Repentinamente sonríe
c. Su sonrisa es hermosa
d. Francamente sonríe
3- Un sinónimo contextual para el término “gorgoteo” es:
a. Vocecita
b. Canto
c. Burbujeo
d. Grito
4- El subgénero narrativo al que pertenece este texto es:
a. Novela
b. Cuento
c. Fábula
d. Leyenda
5- El punto de vista del narrador es:
a. Primera persona protagonista
b. Tercera persona observadora
c. Tercera persona omnisciente
d. Primera persona testigo
6- La descripción de los personajes se hace de manera:
a. Directa
b. Indirecta
c. Medida
Respuestas a la pregunta
Contestado por
4
Respuesta:
me marea
Explicación:
Otras preguntas
Matemáticas,
hace 4 meses
Matemáticas,
hace 4 meses
Historia,
hace 8 meses
Matemáticas,
hace 8 meses
Arte,
hace 1 año