Me pueden hacer un resumen del zanjón de la aguada de Pedro Bambiel de la página latinoamericanliteraturetoday . Doy corona al que me responda
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Explicación:
Primer acto: LA ARQUEOLOGÍA DE LA POBREZA
Más aún a los que no saben, ni sabrán nunca, qué fue ese piojal de la pobreza chilena. Seguramente incomparable con cualquier toma de terrenos, campamento o población picante de los alrededores del actual Gran Santiago. Pero el Zanjón, más que ser un mito de la sociología poblacional, fue un callejón aledaño al fatídico canal que lleva el mismo nombre. Una ribera de ciénaga donde a fines de los años cuarenta se fueron instalando unas tablas, unas fonolas, unos cartones, y de un día para otro las viviendas estaban listas.
Pero ese no fue el caso de mi familia, que desde siempre habitó en Santiago, traficando su pellejo pasar en piezas de conventillo y barrios grises que rondan al antiguo centro. Y tal vez alguien nos dijo que existía el Zanjón y para no quedarnos a la intemperie, llegamos a esas playas inmundas donde los niños corrían junto a los perros persiguiendo guarenes. En ese revoltijo de olores podridos y humos de aserrín, «aprendí todo lo bueno y supe de todo lo malo», conocí la nobleza de la mano humilde y pinté mi Primera crónica con los colores del barro que arremolinaba la leche turbia de aquel Zanjón.
Segundo acto: MI PRIMER EMBARAZO TUBARIO
Pero en el Zanjón, el agua para beber, cocinar o lavarse había que traerla de lejos, donde un pilón siempre abierto abastecía el consumo de la población callampa. En contraste a este sórdido barrial, el albo flamear de las sábanas y pañales, deslumbrantemente blancos a puro hervido de cloro, confirmaba el refregado pasional de las manos maternas, siempre pálidas, azulosas, sumergidas en lavaza espumante de remojo. Y quizás esa utopía blanqueadora era la única forma como las madres del Zanjón podían simbólicamente despegarse del lodo, y con racimos de chiquillos a cuestas, se encumbraban a las nubes agarradas del fulgor níveo de sus trapos, vaporosamente deshilachados, como banderas de tregua en esa guerra entintada por la supervivencia. Mi niñez del Zanjón mariposeaba al mosquerío del sol que mi madre espantaba cuidadosa, pero al primer descuido, cuando ella atareada, en un minuto me perdía de vista, la aventura del gatear fuera de la callampa me conducía al borde de aquella acequia, donde metía mis pequeñas manos, donde mojaba mi cara y sorbía el lodo en la curiosidad infante de conocer mi medio a través del sabor.
Así no más llegué a las manos de una doctora con lentes de acuario, quien me vio la panza pobre, pensando en la very tipical desnutrición de los niños africanos. Era apenas una cabeza y una colita, pero sobresalían dos patitas verdes que el niño renacuajo había logrado formar en mi vientre desde que me tragué su larva en el micromundo de la vida que, a pesar de todo, se peleaba a codazos el breve espacio de su gestación.